#36: Deshielo

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No estaba ocurriendo nada, y eso estaba volviéndome loco.

Casi habría preferido que las cosas se salieran de control. Pero rápido, pronto, de modo que no tuviera que quedarme esperando como un cuerpo criogenizado a que alguien me sacara de mi estupor. La espalda me dolía como si me hubieran pateado justo en el centro de la columna, pero no quería levantarme de la banqueta. Sabía que sentarme no sería mucho más cómodo, y además, tenía miedo de que estuvieran vigilándome a través de las cámaras y de que pudieran pensar que estaba actuando de manera sospechosa. Mi mejor apuesta era mantenerme inmóvil y esperar a que algún estúpido policía abriera la puerta de metal y me dejara llamar a mamá. No quería ni imaginarme la cara que pondría al oír las noticias, pero como últimamente nos habíamos vuelto más cercanos que nunca, tenía fe en que no se enfadaría... demasiado.

Hasta ahora los policías no se habían interesado mucho por mí, y suponía que eso era algo bueno. Sabía de muchos chicos con mi color de piel que terminaban malheridos después de una estadía en una comisaría, evidentemente maltratados, y cuyas golpizas sorprendentemente siempre ocurrían en celdas donde el CCTV no funcionaba o estaba apuntando hacia otro lado. Aún así, me parecía imposible relajarme; cada sonido que escuchaba proveniente de la oficina me hacía dar un respingo, y estaba comenzando a pensar que había desarrollado un super oído, pues oía todo lo que ocurría afuera. O quizás sólo era mi imaginación jugándome una mala pasada. De cualquier forma, aquel estado de hiper alerta fue la razón por la cuál oí a Sunny pelear con alguien junto a la celda. Me puse de pie de inmediato para mirar por la rejilla. No me había equivocado, mi novio estaba discutiendo con un policía a unos metros de donde me tenían encerrado. Sentí como una sensación cálida invadía mi cuerpo adolorido; había estado seguro de que Sunny se había marchado con Vi, pero resultaba que había pasado todo este tiempo esperándome allá afuera.

—¡No pueden echarme! —alegaba él, más enfadado de lo que lo había visto nunca— ¡Esto es un lugar público!

—Vamos a cerrar, niño —le decía el policía quien lo tenía tomado del brazo, obligándolo a moverse—. Es la hora de almuerzo.

—¡Esa no es razón para cerrar! —protestó Sunny, y tenía razón—. ¡Y suélteme el brazo!

—Mira niño, te sacaré de aquí por las buenas o por las malas. Así que te aconsejo que sea por las buenas.

—¡No! —sentenció, y entonces hizo algo que jamás me habría imaginado de un chico como él; le escupió al policía en la cara.

La expresión de sorpresa del oficial no se podía comparar con la mía, pero Sunny parecía satisfecho con su hazaña. El policía, furioso, lo arrastró pasillo abajo y abrió la puerta de la celda, empujando a Sunny hacia dentro.

—¿Querías quedarte, mocoso? —se burló, limpiándose el escupo del rostro—. Pues buena suerte saliendo.

Cuando el hombre cerró la puerta, me volteé hacia Sunny, quien había caído al suelo a causa del empujón. Lucía como si estuviera horriblemente nervioso, pero también tenía una sonrisa que cruzaba su rostro de lado a lado, haciéndolo ver como si hubiera perdido la cabeza.

—¿Acaso te volviste loco? —le pregunté, ayudándolo a ponerse de pie—. ¿En qué estabas pensando?

—Quería quedarme aquí —dijo simplemente.

—¿Hiciste que te encerraran a propósito? —pregunté, incrédulo.

—No quería que te quedaras solo... —murmuró, desanimado, y solo entonces me di cuenta de que tenía el ceño fruncido—. No creí que te enfadarías.

—No estoy enfadado —apuré. Lo cierto es que me había enternecido hasta el fondo, pero también me parecía que había sido una pésima idea—. Pero, ¿acaso no sabes lo peligrosas que son las comisarías?

Parcialmente Nublado / ¡Ganadora Wattys 2021!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora