#25: Escarcha

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La casa de Blas era como las mansiones que salían en la televisión.

Era enorme, blanca, moderna, con muchos ángulos, y ventanales entintados. Desde afuera parecía tener dos pisos, pero también habían construido un sótano enorme, así que finalmente eran tres. El patio era más grande que la casa de Vi completa dos veces, y tenía una piscina que fácilmente podía ser del tamaño de mi departamento. Desde la orilla se podía ver el mar, pues terminaba justo al borde de un risco, y un jacuzzi descansaba sobre una terraza de madera que también daba de frente al mar. Es decir, sabía que Blas tenía dinero, pero esto era ridículo. Mi abuela nos había hablado de lo enormes que eran las casas que estaban construyendo en Los Riscos, pero ni mamá ni yo las habíamos visto jamás. Lleno de confianza, Blas me llevó a conocer el interior, mientras yo miraba cohibido hacia todas partes tratando de hacerme una idea de todo de una sola mirada.

El espacio era muy minimalista, con piezas de arte cuidadosamente seleccionadas y puestas en exhibición junto a las paredes. Los muebles eran pequeños pero costosos, y en la entrada tenían una lámpara de cristal de mi estatura colgando sobre el recibidor. Era la única pieza especialmente llamativa en la casa, e iluminaba todo con pequeñas gotas de luz que pintaban las alfombras y los pasillos. La escalera consistía en unos tablones de mármol que parecían florar en la pared, sin ninguna barrera, y aunque el segundo piso era más reservado en cuanto a decoración, todavía me parecía que estaba dentro de una revista. Todo estaba reluciente, como si nunca nadie usara nada de lo que tenían, como si no estuviera permitido tocar nada. Blas me llevó hasta su habitación demasiado rápido. Aún no había tenido tiempo de asimilar todo cuando abrió una puerta al final del pasillo y entramos a una habitación dolorosamente desprovista de decoración. Las paredes eran tan blancas que herían los ojos, y lo único que colgaba de ellas era una colección de seis guitarras junto a la puerta. Una de las paredes había sido reemplazada por un ventanal completo, y a un costado había una cama más grande que un bote que solo tenía encima dos almohadas también blancas y un cobertor de color cereza.

—¿Esta es tu habitación?

—Suenas decepcionado —rio Blas.

—No —apuré—. Bueno, un poco... me esperaba algo más... ¿interesante?

—Soy un hombre simple —dijo sentándose sobre su cama.

—Aburrido, querrás decir.

—Bueeeeno, discúlpeme, señor habitación sobrepoblada de objetos.

—Sólo luce así porque no hay suficiente espacio —mi habitación era una caja de fósforos comparada con la suya.

—¿Quieres algo de beber? —dijo, apuntando al minibar que tenía junto a un amplificador.

—¿Qué tienes?

—Fanta de pomelo —dijo, orgulloso—. Tu favorita.

—¿Cómo sabes eso? —pregunté, asombrado.

—Lo mencionaste el día que almorzamos en el jardín botánico, ¿lo olvidaste?

—Por supuesto que lo olvidé, pero me alegra saber que guardas en tu memoria cada palabra que digo.

Eso lo desarmó. Su máscara de chico relajado se fue al suelo, y se puso inmediatamente tímido. Hasta que me vio reír, claro, y me lanzó una almohada al cuerpo.

—¡Oye! —me quejé—. Puntos, ¿recuerdas?

—Lo siento —se disculpó. No lo sentía.

Me acerqué al minibar y encontré no solo varias latas de Fanta, sino que también dos potes de helado vegano de caramelo y pasteles de la tienda de Bianca. Me volteé sin poder esconder mi sonrisa.

Parcialmente Nublado / ¡Ganadora Wattys 2021!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora