#2: Brisa Marina

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Bianca me llamó temprano esa mañana pidiéndome que cuidara a mi sobrina Didi, por lo que partí temprano en mi bicicleta a pesar de que todavía tenía cosas que preparar para la feria del día siguiente. Cuando llegué, ella y Violeta estaban ya en la cocina terminando de decorar una bandeja de alfajores, y Didi estaba ocupada pegando sus guirnaldas de papel picado en la caja registradora. Hace siete años, mi tía Bianca y su esposo Ron habían abierto una pastelería juntos; querían seguir un estilo de vida más amigable con los animales y el medio ambiente y para ese entonces todavía había muy pocos productos en el pueblo que fueran de la mano con esa filosofía. En el último tiempo su tienda se había vuelto muy popular, e incluso tenían una gran cantidad de clientes no veganos que juraban que sus pasteles no tenían nada que envidiarle a los tradicionales, así que el año anterior habían apostado por algo más grande y compraron un pequeño restaurante en la plaza del pueblo donde tendrían espacio para que los clientes se sentaran y disfrutaran de la comida en el pequeño patio bañado por el sol casi la totalidad del año.

Bianca había tomado a Violeta como aprendiz cuando apenas teníamos trece años, y con dieciséis ya la había ascendido como ayudante de pastelera los fines de semana y algunas tardes. Yo, por mi lado, no tenía mucho talento haciendo pasteles, pero Ron me había encargado el diseño del nuevo logo y la decoración del patio, que estaba casi listo excepto por el gran mural en la pared del fondo. Mi plan era tenerlo terminado a mediados del verano, pero alguien tenía que cuidar a Didi, y con Violeta y Bianca horneando todo el día, y Ron fuera comprando insumos e ingredientes, el trabajo casi siempre recaía en mí. Lo bueno era que Didi y yo nos llevábamos de maravilla. Tan sólo tenía seis años, pero hablar con ella era más divertido que hablar con cualquier adulto, y desde que había aprendido a leer no paraba de escribir cuentos en su pequeño cuaderno rojo que me leía en voz alta mientras bebíamos smoothies de banana con chocolate y yo me dedicaba a pintar.

—¡Sunny! —me llamó Violeta desde la cocina. No tuve que preguntarle que necesitaba, porque la campanilla del mesón comenzó a sonar en ese preciso momento, mientras alguien gritaba ¡hola! ¡hola!

—¡Ya voy! —respondí, dejando la brocha sobre la mesa de juegos de Didi—. Ya vuelvo, Didi.

Rocha estaba de pie frente a la vitrina mirando pasteles con aquel chico del festival del verano, que no podía ser otro que su novio por lo baja que estaba su mano en su espalda. Me avergonzaba el hecho de haber estado pensando en el un poco en la última semana (o quizás más que un poco) y de pronto me sentí muy cohibido al momento de atenderlos. No era culpa mía, de todas formas, lo que pasa en un lugar donde conoces a todos los chicos desde pequeño, era que uno como él no pasaba desapercibido. Además, Rocha me intimidaba mucho.

—Hola —los saludé de la manera más tranquila que pude— ¿En qué puedo ayudarlos?

—¿Sunny, eh? No sabía que trabajabas aquí —dijo Rocha luego de mirarme de arriba a abajo—. ¿Está aquí también tu noviecita?

—Violeta no es mi novia —respondí cansado. Esa era ya una broma muy vieja, y había dejado de tener sentido desde hace años, cuando se había hecho evidente que era gay— ¿Saben qué van a llevar?

—Una de mis amigas es vegana y celebrará una fiesta de cumpleaños esta noche, quisiera llevarle un pastel.

—Uhm... En general sólo vendemos pasteles por trozos excepto que se encarguen con anticipación, pero iré a ver en la cocina si les queda alguno sin cortar.

—Gracias —dijo Rocha en un tono que no sonaba para nada agradecido.

Cuando volví de la cocina me topé con el chico de pie en la puerta que daba al patio, mirando el mural como si fuera la cosa más interesante que había visto... o la más horrible. Se me hizo un nudo en el estómago, lo cual era desafortunado por la absurda cantidad de smoothie que acababa de beber.

Parcialmente Nublado / ¡Ganadora Wattys 2021!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora