Capítulo 46

3.8K 306 104
                                    

Violette

¡Máximo éxtasis!

Es el trigésimo trago que bebo en este espectacular día, feliz, una sonrisa ensanchada en toda mi cara que nadie va a quitarme.

Es que ya no se trata de que me guste ese hombre, que con solo soñarlo me moje, porque al pensarlo sucede por igual, se trata de que esa perrita gorda sufra, tiene que hacerlo y solo es el principio de su desgracia.

Si solo no se hubiera metido en mi camino, estaría bien, tranquila con su ex noviecito el retrasado y fracasado, jugando a la chefcita y no siendo una puta la cual se abre de piernas con hombres ajenos.

Era ajeno por aquel entonces, ya si decide volver conmigo no lo aceptaría, mi resentimiento le gana a cualquier sentimiento estúpido generado por ese hombre, ¿Una cogida? Quizá sí, folla delicioso y es un placer del cual me encanta disfrutar.

Paso el canal en la televisión, los noticiarios solo hablan del fatídico accidente que sufrió la gorda.

Me complace, un placer inaudito mirar sus piernas manchadas de sangre, un bastardo que nunca debió ser concebido, deshaciéndose en sangre.

Como me hubiera encantado estar ahí para presenciarlo directamente.

Relamo mis labios ansiosa, feliz y satisfecha con todo, vuelvo a beber de mi copa.

La celebración apenas empieza.

Fue fácil para mí jugar con la autoestima de una mujer embarazada, son débiles cuando de ella se trata, susceptibles a cualquier cosa que le digas, sus hormonas son tan traicioneras con ellas mismas.

Benditas sean por haberme permitido un logro tan espléndido.

Estoy tan feliz, por ello me he tomado un par de fotos, este día es memorable.

La noche tomó el país hace un par de horas. Salgo del estudio en el cual están con un par de amigos conocidos, de esos que me deben favores, han peinado, exfoliado mi piel, me han maquillado y ellos mismos hicieron la sesión de fotos.

El auto que Leonel me prestó es abierto para mí cuando abandono el edificio. Con un vaso camuflado en jugo, manejo con música a volumen, voy supervisando el retrovisor por si acaso algún percance en el maravilloso día que llevo.

Detengo el auto en el semáforo, una enorme pantalla plana en lo alto de un gigantesco palo de luz, reproduce la deprimente noticia, por más que la haya leído una y mil veces, la haya visto, no me canso.

Hablan sobre los detalles y presto gran atención al mencionar a la policía, ya están en la investigación, según las cámaras de vigilancia todo indica que el accidente fue provocado.

Eso no nos conviene a ninguno.

Paso como cualquier otra persona, conduciendo, perturbada por algo a lo que atención o más bien no habían mencionado en los otros reportajes. La mayoría de las personas se lamenta con la triste imagen de Koa gritando el nombre de aquella gorda, a mí solo me genera molestia.

Salgo de las calles transcurridas adentrándome por las calles más solitarias. Entiendo que quiera pasar desapercibido, pero demonios, Leonel se pasa cuando se trata de ciertas cosas, vive en el quinto infierno.

La calle solitaria resulta grimosa después de la mención sobre los agentes policiales, los faros de luz de mi auto iluminan lo suficiente, apuro la velocidad, me urge llegar y dejar de estar como una loca maniática paranoia, a cada nada ando mirando hacia atrás por si me siguen.

¿Quién va a seguirme? Nadie conoce mis destinos, mis rutinas, nada, vivo prácticamente por acá y muy poco salgo a la ciudad ya.

Respiro hondo con el ruido de todo fuera, son susurros que pese a tener el cristal arriba escucho. En definitiva, estoy loca.

La tentación de lo prohibido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora