Capítulo 28

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Bella.

Los nervios se han extendidos por todas las extremidades de mi cuerpo, incluso tengo asiática en las piernas, ensanchando el dolor de mi tobillo que parecía relajado al despertar, relajación que se fue al carajo al escuchar a mi abuela contarme su preocupación apenas abrí los ojos del extenso sueño.

El nudo en la boca del estómago no me ha dejado tratar más que un vaso de agua.

Koa no aparece y ya son la una con cincuenta de la madrugada, los niños duermen luego de que nos tocara a la abuela y a mi contarles según ellos un cuento chino del por qué su padre no aparece.

Tengo mucho miedo de que algo malo le haya pasado.

La opción de algún secuestro no tiene lógica, no obstante, otra sí.

—Abuela —susurro su nombre, aprieto los dientes para menguar el temblor de mi quijada.

—Dime, hija —contesta con un hilo de voz.

Tiene los ojos llorosos, ve cada tres segundos la pantalla de su celular por si alguna llamada.

—Seguro debe estar en las peleas clandestinas —acoto con voz temblorosa.

Los ojos de mi abuela se agrandan con el mismo miedo que se debe reflejar en los míos.

—Koa dijo que no volvería ahí —refuta, abrumada.

La primera lágrima resbala de sus ojos y verla así solo me entristece más, el nudo se forma en mi garganta, las lágrimas pugnan por salir.

—Koa no es precisamente un hombre obediente, Abu —recuerdo lo que sabemos.

Frustrada da un golpe en la mesa.

—Está poniendo su vida en peligro —masculla tallándose la frente.

Hemos llamado varias veces a su celular, nos manda al buzón, la empresa está cerrada desde las ocho, él salió muy temprano.

Reparo en que las palabras de la abuela tienen un doble sentido.

—¿Por qué será que me suena a que nada más no lo dices por si sale herido? —inquiero, sometiéndola a mi escrutinio.

La abuela traga saliva sonoramente.

—No es nada, cariño, llamaré a la policía para que lo busquen —trata de cambiarme el tema.

Agarrándola de la mano la retengo en su asiento.

—No han pasado veinticuatro horas aún abuela —reincido —, además si resulta estar en esas peleas lo meterán preso.

Ahoga un sollozo que parte mi corazón, ambas estamos desesperadas por saber noticias suyas, mi corazón late muy rápido, asustado, temeroso de lo que le pueda pasar, pensando las peores cosas, escenarios de Koa herido, de Koa sufriendo, por más que me haga la fuerte, me asusta como nada en esta vida verlo herido, Koa tiene mi corazón en sus manos, ese que, aunque lo haya pisoteado tantas veces, aún sigue siendo suyo, por eso me duele tanto verlo mal.

—Si lo hieren de nuevo no lo soportaré —asegura mi abuela, llevándose mi mano a los labios.

Las lágrimas mojan mis pómulos sin poder contenerme más.

—Confiemos en que no será así.

Obligo a mi lengua a hablar, que diga algo esperanzador, pero la verdad es que, en el fondo de mi corazón no creo nada.

La cicatriz que tiene Koa en la cara, esa que le divide la ceja, se la hicieron en una pelea clandestina, un tipo no aceptó que perdió, simplemente rompió una botella y le dio de espaldas cuando salía de su camerino, arrastró el filo hasta su mejilla y parte de la barbilla.

La tentación de lo prohibido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora