Capítulo 27

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Koa.

Horas antes.

Llego de mal humor a la oficina, tan temprano que apenas hay poco personal, a excepción de mi secretaria y por supuesto, mi jefe en tecnología.

Mi edificio no son los típicos rascacielos que tienen los grandes magnates, a pena es uno de cinco pisos hechos en concreto, que con los años ha sido remodelado, las persianas y ventanas que antes eran de metal y una que otra de madera con verjas, hoy son de cristales antibalas, la pintura es neutra, colores beige y tonos blancos huesos predominan en mi humilde lugar de trabajo.

El primer piso es para la recepción, aparcamiento, conserje de limpieza, elevadores y unos baños, el segundo recursos humanos, siguiente contabilidad, el siguiente es tecnología y márquetin, ambos están de la mano y por ultimo donde estoy y la vicepresidencia que la preside mi madre, que por supuesto me deja la mayor parte del trabajo para mí solo.

Otras áreas como mercadotecnia, relaciones públicas, administradores de archivos y demás, las dividimos por oficinas, mezcladas en los pisos, estoy por hacer una remodelación, ampliar mucho más el lugar y quizá construir otro piso, hay muchos empleados, más que hace tres años, nuestra productividad ha aumentado, así como la demanda comercial, por lo que requiero de más contratación, siento que se estresan demasiado por la carga de trabajo y no es bueno ni para ellos, tampoco para mí y los negocios.

—Buen día —mascullo apenas, sin mucho ánimo que digamos, molesto es poco para como me siento, prefiero mantener mi boca cerrada antes de que ofender a alguien más con mi barrabasada.

—Buen día señor, Zuzunaga —responden los dos que me esperan al pie de mi oficina.

A diferencia de mí, mi personal viste el uniforme de la empresa, mi madre por supuesto se encargó de esa parte, por mi vinieran todos con unos jeans, camiseta, chaqueta y zapatos. Fue mejor que ella lo hiciera, a pesar de que mi gusto por la moda es muy alocado, los empleados deben dar una buena impresión.

—Síganme —les pido, asienten a la vez, frunzo el ceño, parecen muñequitos —. Habla tu primero, Eloísa.

—Como guste señor. —la escucho por los siguientes cinco minutos mencionarme cosa tras cosa, llamadas, correos por contestar, pedidos, firmas...una larga lista de trabajo que me llena de pereza —. Junior Danielson pidió una colección de las limitas, son chaquetas.

Los Danielson, los conozco, su padre es letal para los negocios, el tipo es un genio, su dinero en la bolsa lo hace crecer como espuma, invierte diez millones y saca cuarenta.

—Déjame el pedido especial en el escritorio, por lo tanto, en cuanto llegue manufactura, ve por el informe de las telas, puedes retirarte.

Eloísa desaparece muy silenciosa como es, me gusta, por hoy no quiero escuchar resonar, me dolerá más la cabeza.

—Dime lo que encontraste, Charles —le indico que tome asiento.

Charles tiene gafas de leer, lleva siempre una tableta a donde vaya, este tipo redacta diez páginas de Word en cinco minutos sino me equivoco.

Descuelga la mochila que lleva en su espalda, deja con mi permiso el vaso de café sobre mi mesa, yo necesitaré todo que me pueda mandar la encargada de la cafetería.

Deja una computadora con unos cuantos cables delante de mí, antes de encenderla y teclear en ella como un loco.

—Sus cuentas están todas abiertas, señor —informa mostrándolas —. Preferí dejar que usted viera su contenido, antes de yo verificar.

Ah, por esto es que no cambio a mi jefe de tecnología, no es como si deseo que ese video lo vea alguien más.

—Perfecto, Charles —palmeo su hombro acomodándome en la silla, listo para buscar el asunto, es lo primero que me aparece en cuanto abro su cuenta de Google Photo.

La tentación de lo prohibido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora