Capítulo 47

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Koa

Moscú, Rusia

Gente del Pakhan me espera en el aeropuerto, solo traigo una pequeña maleta de mano que el primero en abordarme quita de mis manos, escoltándome a las afuera del aeropuerto donde la nieve, —como cosa rara —, cubre las calles.

Si Londres es frío, Moscú es un congelador.

Nadie habla, solo se inclina la cabeza a modo de saludo. Dos sujetos más esperan con la puerta entreabierta para mí, subo en la parte trasera, dos al frente del vehículo y uno que une después de dos minutos en lo que se mueven por las calles, es el tercer sujeto.

Ante los demás pasamos desapercibidos, visten normal, como a cualquiera que le guste la moda.

Hace añales que por aquí no venía, me retiré de la calle al comprometerme en matrimonio y sentar cabeza al frente de los negocios de papá.

Tan pronto como se detienen en una casa de fachada normal, sé que debo bajar y eso hago, me llevan al interior ofreciéndome una llave, mi maleta de manos.

—Mañana lo llevaremos con el señor —es lo único que dicen antes de retirarse.

Deambulo por el lugar, hay comida en la nevera, todo está limpio, tomo la primera habitación, sentado en el borde del colchón con los codos sobre las rodillas, las manos entrelazadas bajo la barbilla, cierro los ojos.

Antes de venir fui con los chicos, están más tranquilos, Amelia y Sabrina por igual dejaron la paranoia de estar llamándome cada media hora porque algún vecino se pasea en un auto y ya pensaban que venían tras los niños, mamá me preocupa por igual, esa relación con un jovencito, nada de peligro, pero ella si se anda moviendo en el medio diario.

Bella me rechaza y echa a cada nada del hospital, no me habla, no responde las llamadas y me estoy hartando, si la amarro a los pies de la cama que luego no vaya a quejarse.

Lo peor, enterré a mi hijo en el patio de la casa, yo hice el nicho, compré las flores, lo cerré y sellé la tumba, la lápida la mandé a hacer, ahora en el patio de mi casa yacen los restos de mi pequeño Daniel Zuzunaga Jones. Bella eligió su nombre, solo para ello se comunicó conmigo.

Esa herida sigue ahí presente, era tan pequeño que en una de mis manos cabía, una personita indefensa, única, alguien que tenía todo un futuro por delante.

Sigue doliendo, jamás va a pasar, pero si pasar la cabeza tras todo esto, la persona que maquinó en todo momento las desgracias de mi familia.

La madrugada como ya es costumbre llega conmigo despierto, mirando un punto fijo al techo, no necesito más que el paradero de Leonel Harrison, solo un nombre, sin rostro, sé que para Dmitry Petrov casi en la vida los imposibles son inexistentes, es capaz de encontrarlo, voy a valerme de mis tiempos en las calles si para eso tendré paz, si el enemigo sabe jugar sucio, ¿Qué haré yo? Sentarme a esperar es descartado como una opción, más para una persona como yo.

A las seis ya estoy listo, solo tomando un café que espabile el sueño que no tuve, las ojeras adornan hasta mis pómulos, el cabello cubre mis orejas, así está mejor.

A las siete pasan por mí los mismos sujetos del día anterior, en el camino Dalton, Beethoven y Miguel dan el reporte diario, los chicos van al colegio, Bella sigue internada y ya van tres visitas de aquel payaso que a mí no me agrada y más le vale a Bella que de mis casillas evite sacarme, va a conocerme entonces.

Estúpidas flores y rosas que a Bella para nada le gusta, no van a reemplazar mis tulipanes y los lirios que diario le mando.

Él no la conoce, pero que la visite enerva el fuego que llevo por dentro.

La tentación de lo prohibido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora