Capítulo 51

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Koa

Sábado. Uno al fin en donde mengua la preocupación que apenas si me deja pegar el ojo. Estiro los músculos del cuerpo, uno más pequeño y suave se renueve a mi lado.

Inhalo.

Bella.

Suspiro, con tranquilidad la verdad, ya su actitud de niña caprichosa y malcriada estaba rebosando el límite de mi poca paciencia.

Es aquí donde debe estar, no jugando a que quiere cambiar el curso de las cosas, cuando ya ni se puede doblar a la esquina, sino seguir hacia adelante. Es aquí a donde pertenece, si tampoco le ha quedado en claro eso, hoy será el día en el que debe pasar, porque yo no soy un muchacho.

Las once de la mañana, para Bella es más agotamiento que yo, estoy acostumbrado en que los últimos tres, casi cuatro años dormir como máximo seis horas y minino cuatro.

No desde que Lucy murió. El principal dilema de todo lo que acontece es la misteriosa muerte de Lucy.

Bella se niega a despertar, perezosa se hace un ovillo en la cama. Le aparto el cabello de la frente, reparando en ella, solo en ella.

Recuerdo la pesadilla llegando a la conclusión que en cierta parte pasó mucho ya, la atropellaron, perdimos a Daniel, estaba llena de sangre, estuvo lejos de mí, sólo que siguen ahí muchas incógnitas, por ejemplo, mis hijos.

Saco los pies de las sábanas, al apartarle el brazo medio abre los ojos, dejándolo casi cerrado con la poca claridad que entra en la habitación. Las cortinas oscuras obstruyen el paso de la luz.

—Buen día, muñeco —bosteza, lentamente se quita las sábanas, con pereza.

Evalúo el aspecto de su cuerpo, anoche, en la madrugada fue todo sin freno, la prueba yace en las marcas que tenemos en la piel, los dedos sobre la blanquecina suya, algunos chupetones, sus uñas en mí, marcas de sus labios, el cabello vuelto un embrollo.

—Buen día, muñeca —saludo de vuelta —. Levántate que tenemos que hablar.

El tono severo le cambia la expresión, los dos sabemos que esta conversación será muy importante, de aquí dependen muchas cosas y espero en verdad que sea la última de esta magnitud.

Se arrodilla en el centro de la cama, el cabello le cae sobre el pecho de forma gloriosa, evito seguir pecando para caer luego en la tentación, porque no la voy a tocar hasta que hablemos, prohibido hacerlo.

—Está bien, muñeco —acepta, suavizando el rostro cuando le extiendo el brazo, viene a mí, acurrucándose en mi cuello, se sienta en mis piernas —. Te amo, mucho.

La envuelvo entre mis brazos, satisfecho de tenerla, agradecido también, a pesar de que su comportamiento es un dolor de cabeza.

Presiono un beso sobre el nacimiento de su cabello, sus piernas enroscadas alrededor de mi cintura.

—También te amo, cabeza hueca.

Hace un mohín, arruga incluso la nariz, la determino con toda intención de venir a pellizcarme.

—Eso se oye feo —aclara.

—Feo te voy a dejar el trasero donde me vuelvas a pellizcar, ¿Cuántas fueron anoche?

Se remueve con toda la intención de bajarse, todavía tiene las nalgas en tonalidades bien rosas, así, ardiendo por los roces.

—Déjame —niego, con ella a cuesta nos alzo, internándonos en el baño.

—Nunca —aseguro.

Nos bañamos tranquilamente, esta vez procuro apurar la tarea, soy un receptor cuando de Bella se trata, más si se pasea por toda la bañera tal cual la trajeron al mundo, mostrando todo, su cuerpo, ella, es...no puedo explicarlo, y se supone que ya no soy un joven para andar en estas, así, tan colado por ella, incluso con su risa ya siento que, de los ojos y la cara, salen corazones, puedo ruborizarme incluso si Bella está.

La tentación de lo prohibido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora