Epílogo

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Koa

Puedo decir con certeza que Bella me suma mil años más de vida, volví a ser yo de nuevo, solo verla abrir los ojos, tenerla despierta, sentirla, escucharla, suministró miles de voltios con energía.

Han pasado dos semanas desde que está en casa, sus manos con ejercicio ya pueden moverse y para ella es un alivio eso de volver a aprender cómo comer, tomar agua e incluso suministrarse sus propios medicamentos.

Perdió la inseguridad en cuanto a su actividad sexual, lo disfruta, yo también, para mí no hay mujer más completa y hermosa que Bella. Caí por ella, perdido, idiotizado y enamorado como un estúpido a sus pies, aunque lo dos tenemos temperamentos chocantes, somos polos opuestos, tenemos claro que ninguno de los dos haremos con el otro lo que queramos.

Termino de revisar el cargamento de telas, mientras mamá entrega los cálculos de editorial a mi secretaria.

—Me voy —avisa, sacándose los guantes, usamos para proteger la mercancía de ser ensuciada —. Si no lo hago ahora, Bella no querrá hacer nada más tarde.

—¿Qué es lo que quieres hacerle? Te pedí ayuda, no me la vayas a transformar, mamá.

Blanquea los ojos, haciéndome el caso del perro.

—Yo soy la madre y tú el hijo, por ende, quién da órdenes soy yo, respeta —curva los labios divertida —. Puedo darte unas nalgadas todavía.

Achino los ojos antes de destapar la seda.

—¿Cuánto mides, mamá? ¿Uno cincuenta?

Con el tacón de aguja pisa fuerte sobre uno de mis pies.

Maldición.

—¡Esta de uno cincuenta fue que te parió! —se hace la indignada, atreviéndose a jalarme las orejas —. Insolente, ya te crees grande...

—Respira, toma agua, relájate y marchaste, te adoro viejita.

Toma la botella de agua con mala voluntad, echando chispas sale del almacén. Sigo moviendo el pie, esos zapatos de mamá perforan hasta el material más grueso.

El chófer avisa que los chicos ya están en casa, no les puedo decir niños, de nada se ofenden, creen que son adultos ya. Si nacieron ayer.

Trabajo sin estresarme, reviso las cuentas, la nueva sucursal del hotel va de maravillas, es una cadena que pienso expandir. Todavía los titulares sacan fotos de Bella saliendo del hospital. Tuve que tomar medidas sobre ellos, orden de alejamiento lejos de mi casa, la de Koi, Kaili e incluso la casa de Christopher en Oxford.

Es agobiante tener un séquito de periodistas fuera, solo separados por las paredes que resguardan. Me tienen cansado que ni a los empleados los dejen trabajar en paz.

Traen el reporte sobre el ampliamiento del lugar, lugar de almuerzo, descanso y otras cosas que hace mucho debí incluir.

A las dos decido que es suficiente por hoy, recojo la chaqueta de cuero apagando el ordenador, levanto el móvil llamando a quien me tiene preparado una experiencia increíble para Bella.

En el tráfico de la ciudad, paro en un local de artesanía manual y joyas iguales, mis hijos se antojaron de un par de pulsas y quiero que Bella tenga algo también.

Voy por la vida tranquilo, las muertes que cargo en la espalda no me atormentan, soy libre de cualquier señalamiento, maté en defensa propia, los tres asesinatos los pongo así, ¿Quién quita que no lo es? El cabecilla de todo se quiso divertir con nosotros solo porque se le dio la gana, el otro violentó y abusó de mi madre, el de la pelea fue espontáneo, para que la cruz llegue a mi casa, que llegue a la ajena.

La tentación de lo prohibido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora