Capítulo I - Grandes mentes

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Capítulo I – Grandes mentes



El celular vibró al dar las 06:00 de la mañana. De entre un revoltijo de sábanas amarillas, un brazo se extendió hacia la mesa y ella apagó la alarma. Un nuevo día empezaba para Emma Clark.

¿Y qué mejor manera de iniciarlo que con una canción?

Audífonos puestos y su lista de Spotify comenzó a sonar a todo volumen. Emma se levantó, rodeó su cama para poder llegar a su clóset. Su amplio, lujoso y moderno, clóset.

La puerta se deslizó con una suavidad y una delicadeza tal, que resultaba placentera cada vez qué lo abría. En este departamento no existían las puertas trabándose, las manijas de horno rotas, o las ventanas emparchadas con cinta adhesiva.

Aquella vieja vida había quedado en el pasado.

La ropa deportiva que usaría hoy ya estaba esperando por ella en uno de los muebles. Un vistazo rápido le bastó para darse cuenta de que necesitaría tres vidas para poder rellenar ese guardarropa ella sola, pero, a saber... Quizás algún día.

Mientras sus brazos enervaban las mangas de una remera de color rosa con detalles negros ajustada a su escuálido cuerpo, no podía esquivar el único pensamiento que se le venía a la mente ahora mismo...

Hoy era el primer día de clases en Vanlongward. Y las emociones revoloteaban por todo su cuerpo.

Alzó su calza, se colocó sus mejores zapatillas deportivas y una gorra de visera blanca. Su siguiente destino fue el baño. Apenas terminó de higienizarse, dejó caer unos pocos mechones de su frente y se echó una mirada al espejo.

Perfiló su mirada hacia ambos lados mientras observaba con atención sus propios ojos. Esos colores tan intensos, extraños y misteriosos. Desde que habían aparecido, sin duda alguna, su vida había cambiado.

Habían pasado tantas cosas —algunas buenas y otras no tanto—, en tan poco tiempo, que apenas le era posible hacer un resumen en su cabeza: el crucero, la tormenta, su «muerte», la tragedia de Errol, las visiones, la competencia por la beca honorífica, la discusión con Ada, el beso con Leonard...

Su ascensor privado llegó a la planta baja. El lobby la recibió con sus suelos pulidos como espejos, paredes de cristales relucientes con un concepto abierto y amplio, y una sala de espera de tres bellos sillones con bordados dorados, iluminados por una espléndida lámpara araña de vidrio colgante de dos pisos.

Trotó hasta la puerta con una pera a medio comer en la mano.

—Buenos días, señorita Clark. —El portero le permitió la salida.

—¡Buenos días, señor Lambert! ¡Ejem! Creo que no le quedó claro lo que hablamos hace unos días...

—Lo siento. Es la costumbre. Señorita, Emma.

—¡Eso! —Sonrió la rubia mientras calentaba las piernas en un leve trote en el lugar.

El camino a sus espaldas tomaba tres senderos. El del medio se conectaba con un pequeño lago a los pies de la torre, que, a su vez, llegaba a la parte trasera de la universidad.

El de la derecha llevaba hacia una zona de césped abierta salpicado de árboles, sitio donde se erguía el edificio de pupilos masculinos.

Por el sendero contrario, el camino tomaba dos variantes: el edificio pupilo femenino, y a su lado, el mixto; y si continuaba sin desviarse, llegaría al corredor aeróbico de Vanlongward, su destino.

—¿Intentará llegar al mirador hoy? —preguntó Lambert.

—¡Sip! Creo que ya estoy lista.

—No se exija demasiado. Recuerde que ir es fácil, pero volver es otro cantar.

A-Normal 2: Rompiendo el destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora