Capítulo XXII - Te odio

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Capítulo XXII – Te odio


El conductor poco pudo hacer para maniobrar, el golpe fue inminente, el tronco los embistió en el siguiente segundo; la carrocería frenó en seco y su parte trasera se levantó del firmamento durante el impacto para volver a caer con brusquedad.

Zoey Fisher sintió cómo su mundo se volvió, en un segundo, un destello de dolor y oscuridad al mismo tiempo. El golpe había sido duro y brutal; su cabeza sufrió un siniestro dentro del vehículo que la desterró del mundo consciente durante varios minutos en el que silencio y la soledad cobraron protagonismo en aquella ladera.

Todavía tenía el audífono puesto, y de no haber sido así, probablemente hubiese permanecido en un estado de sueño inducido durante mucho más tiempo.

Primero escuchó voces indescifrables, como si alguien intentase hablar con ella; después, una pequeña parte de su cerebro reconoció la voz como la de su amigo Ulises, y entonces, su cuerpo hizo el resto.

La adrenalina, la urgencia, el peligro, el tiempo que no tenía... todo volvió a su mente de golpe, y sus esferas azules volvieron a ver la luz de aquella tarde.

—¡¡Ada!! —escuchó decir a Ulises.

Su cuerpo apenas pudo moverse.

Un indescriptible dolor en su cuello, como una punzada espantosa, comenzó a asediarla cuando recobró el conocimiento.

Salió del vehículo tomándose su tiempo; su cabeza parecía ser una montaña rusa: todo subía, todo bajaba, y todo giraba. Su tablet, por suerte, no había sufrido las consecuencias del impacto, pero temía por la vida del conductor, quien, al encontrarse en la parte delantera, había sido el más expuesto.

—¿Uli...? —preguntó la chica, mientras su cuerpo se movía por sí solo para abrir la puerta del coche, desencajar el cinturón de seguridad y arrastrar al chofer a una zona alejada del accidente.

¡Ada! ¿Estás bien? ¡Escuche un sonido horrible y luego no volviste a responder!

—Estoy bien. Espera. —Se tomó un tiempo para tomar las pulsaciones del conductor...

Su alma le volvió al cuerpo al sentir un latido. Estaba vivo, y a juzgar por las heridas, al menos las que ella llegó a reconocer de forma superficial, el hombre no corría peligro alguno.

Lo que no quitaba el hecho de que ya era hora de actuar acorde a una persona racional y llamar a una ambulancia.

Su tablet se encontraba todavía en su bolsillo, lo guardaba allí para evitar perderlo, y ahora había entendido que había tomado una sabia decisión.

Pero cuando su mano se estiró hacia atrás para tomarlo, sus ojos, por unos segundos, viajaron hacia el frente: en los laterales de la carretera convivían arbustos, vegetación, árboles de pino de troncos delgados, pero endemoniadamente duros...

Y entre toda la maleza caribeña, de tintes verdosos y oscuros, había un color que se desencajaba de los demás. La luz del sol, que de momento buscaba esconder sus primeros trazos detrás de los árboles ubicados frente a la muchacha, lograron reflectar una sombra que se dibujó frente a ella y que pisó poco más de la mitad de la carretera.

¿Ada...? No quiero apurarte, pero... —Ulises hablaba, pero ella ya ni siquiera podía escucharlo.

La chica tuvo un ligero ataque cuando su mente conectó dos puntos importantes.

El primero, esa sombra allí, proyectada en el asfalto; y el segundo, su tablet, cuyo nuevo mensaje, no daba señales alentadoras: «Lo siento, como dije antes, ya no puedo dejarte continuar. Si te mueves... él morirá».

A-Normal 2: Rompiendo el destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora