Capítulo XI - La conexión

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Capítulo XI – La conexión


La lejana y difusa línea entre la marea y el cielo, dibujando un atardecer rojizo en el ambiente, y que se extinguía a cada segundo que pasaba, era a dónde apuntaba la mirada de la oji azul.

—Ulises, eres el mejor —dijo ella con la tablet en su oreja—. ¡Estupenda noticia! ¿Pero cómo vas a encargarte de los disfraces? ¿La fiesta no es esta noche?

Gracias. No te preocupes, encontré un sitio en ciudad Edison que me los alquila a buen precio. De hecho, los tengo aquí conmigo ahora.

—¡Muy bien! Recuerda anotarme lo que gastaste. Al menos te daré la mitad del monto.

—No pasa nada. Ganaré más con lo que me den Emma y las chicas...

—Mírate, nada más. ¿Hay algo que no hagas bien?

—Millones de cosas, Ada. Millones.

—Lo dudo, amigo. ¿Iras a la fiesta?

—Naaaaaaaah. ¿Tú?

—¡Nah! Yo tampoco —dijo Ada, sonriendo con la frente pegada al brazo y el brazo posado en el cristal del hotel—. Tengo cosas mejores que hacer.

—¿Y a ti como te fue hoy? ¿Pudiste hablar con el capitán del crucero?

—Sí. Estuve en su casa por la mañana. Aunque me encantaría explicarte los detalles, ahora mismo no estoy muy disponible que digamos. —Cambió su posición para recostar su hombro sobre el cristal y dirigir su mirada hacia una hermosa muchacha de un rubio lacio y empapado que acababa de salir del baño con tan solo una toalla que apenas lograba cubrir las partes más privadas de su cuerpo—. Y mi tiempo se agotó, Uli. Tengo que volver a trabajar... si me entiendes.

—Genial. ¿Ya conseguiste trabajo?

—Si... —respondió Ada, mientras su sonrisa se conectaba con la de Bárbara, la joven bar tender que había conocido en el crucero. Sus pies descalzos se acercaron con sensualidad hacia ella—. Estoy por empezar el segundo turno ahora mismo.

La tablet de Ada voló hacia un cojín, rebotó y cayó a salvo sobre un sofá.

Había dos cosas ahora mismo que resultaban extremadamente pesadas para la oji azul cuando se acercó a la cama.

La primera era su camiseta, por lo que tuvo que deshacerse de ella para lanzarla a los ojos de la mujer que estaba devorándola con la mirada.

La segunda era su ropa interior, pero quitar esa molestia no estaba en sus manos... sino en las de Bárbara.

Sus labios se reencontraron una vez más esa tarde, mientras la toalla abandonaba el cuerpo de Bárbara, para que ahora fuesen los brazos de Ada quien la envolvieran con su calor.

Sus cuerpos se reunieron, acompañados por un mar de caricias; Ada mordisqueó el labio de Bárbara de manera juguetona. Un sutil gemido de placer y una sonrisa sensual le comunicó que le había gustado eso.

La pelinegra continuó explorando con su lengua la zona del cuello, provocando un temblor que su amante no fue capaz de contener.

Sus manos se cansaron de esperar lo inevitable y fueron directo al meollo del asunto; abrazó a su amante por la cintura y comenzó a bajar desde atrás; una voluptuosa curva, suave y adictiva, embriagó su sentido del tacto.

Si sus palmas pudieran aplaudir, lo estarían haciendo, pero ahora mismo estaban muy ocupadas.

Presionó con fuerza y, con un movimiento repentino —que tomó por sorpresa a Bárbara—, la alzó hacia sus caderas.

A-Normal 2: Rompiendo el destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora