Capítulo XXI - Por un bien mayor

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Capítulo XXI – Por un bien mayor


Dos pies intranquilos, sin ser capaces de permanecer en el mismo lugar.

Diez dedos de sus manos, impasibles, sonando sus huesos a cada oportunidad.

Dos labios que ya mostraban las asperezas sufridas por el mordisqueo constante de sus dientes.

Y un corazón, vigoroso como nunca, palpitando, ansioso por vivir este momento desde hacía mucho tiempo.

«Tranquila. Tranquila. Todo irá bien. Sí. No hay problema. Ya todo está bien conmigo», repetía ella en su mente, una y otra, y otra vez.

La reconfortante palma de la mano de su tía se le posó en el hombro. Era una mujer mayor, repleta de experiencia en su tierna mirada. Como toda madre postiza, le brindó las palabras justas que su sobrina necesitaba.

—Adelante querida, ellos te están esperando.

La joven asintió y respiró tres veces seguidas a toda velocidad, su flequillo castaño voló hacia arriba, se armó de coraje y empujó la puerta.

Del otro lado, aquello que la esperaba, le encandiló los ojos. Era increíble.

—¡¡Bienvenida Adaline!! —vitorearon todos en la casa.

Su mirada, cuyos ojos marrones heredados por su padre, se cristalizaron enseguida. Las lágrimas y esa sensación de calor en el pecho fue intensa y acogedora a partes iguales; tanto tiempo había añorado a este grupo reducido pero enérgico, y muy especial, de personas...

Su familia.

Adaline Fisher entró a la casa y fue recibida por poco más de veinte personas; su mirada empezó a saltar de lado a lado, de rostro en rostro, intentando reconocer a sus allegados, y saludando con amabilidad a cada quien que se le cruzara.

De pronto encontró a su madre, Alicia Fisher, y esbozó una mueca de inmensa alegría al recibirla entre sus brazos; le siguió su hermano mayor, Teodoro, quien, a pesar de ser un poco más bajo que ella en estatura, logró alzarla sin ningún problema del suelo y hacerla girar por el salón varias veces.

Los saludos afectivos, los buenos deseos, las sonrisas, la alegría, todo continuó con cada amistad, vecino, y gente que ni siquiera conocía, pero que no le molestaba en lo absoluto que estuviesen allí presentes.

Pudo ver el retrato de su padre colocado junto a una vela sobre la chimenea; lugar en el que los jóvenes Fisher transitaron millones de aventuras con los cuentos e historias que le contaban de pequeños.

Suspiró y sonrío al mismo segundo al recordarlo. De pronto, su mirada empezó a zigzaguear, todavía faltaba alguien a quien saludar.

Ella no tardó demasiado en hacerse ver, y cuando lo hizo, Ada sintió en lo más profundo de su ser, una fuerte agonía.

La última vez que habían estado juntas, había terminado de manera catastrófica, brutal y espantosa. Había sido en uno de sus brotes, ella no había podido controlarse.

Se sintió espeluznante recordarlo. Porque para eso su memoria era una especialista y las imágenes eran tan vividas como si aquel catastrófico evento hubiese sucedido hacía apenas unas horas. Los golpes al rostro de su hermana, los forcejeos violentos, los gritos despiadados, la sangre...

Si en la mirada de su hermana encontraba odio, resentimiento y desprecio, no podría culparla en lo absoluto.

Se lo merecía.

A-Normal 2: Rompiendo el destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora