Capítulo XXXIX - Suaimhneas Síoraí

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Capítulo XXXIX – Suaimhneas Síoraí


Abrió sus ojos con extrema pereza.

Dormir en el suelo, a la intemperie y metido en una tienda de acampar bastante estrecha, no era de sus actividades favoritas, pero no había remedio.

Estiró sus brazos al cielo y su boca echó un bostezo sostenido y tan fuerte que lo hizo temblar levemente. Se incorporó con pereza hasta tomar asiento, y fregó sus ojos, mientras, una vez más, otro bostezo llegaba para comunicarle que podría quedarse durmiendo un poco más.

Aunque... no.

Hoy tenía un trabajo muy importante y tenía que levantarse. Rebuscó entre sus cosas hasta hallar un cuaderno. La tapa era negra, llevaba un logo de un café humeante en el frente, y debajo las siglas: «Cafetería la cafetería».

Todavía le resultaba hilarante la nula creatividad del dueño de ese establecimiento.

Con paciencia, empezó a deslizar las páginas con sus dedos. En alguna de ellas había marcadores de colores que contenían los números de las fechas relevantes a las que tenía que prestar atención.

Hoy era una de esas fechas.

Su hermano, Dean Becker, le había especificado seguir cada una de las instrucciones allí señaladas, y se había tomado la molestia de inventar un colorido e interesante sistema.

Había días en los que podía saltarse las reglas, y sus acciones no repercutirían el destino que su hermano quería perseguir. Esos días, por lo general, podía hacer lo que le plazca. Ir a pasear, visitar la isla, comprar cosas, jugar videojuegos, o pegarse la borrachera de su vida.

No había problema alguno: esos días estaban marcados con cintas verdes.

Había otros con cintas amarillas, eran días en los que, por lo general, su presencia era requerida, y debía de actuar de determinada forma.

Recordó su primera tarea desde que había recibido el cuaderno, era, en efecto, una con marcador amarillo, en la que tuvo que comprar todos los cigarrillos saborizados del crucero.

Al principio le había parecido el pedido más ridículo del mundo, y en su mente se había hecho a la idea de que tendría que meter a su camarote cientos y cientos de cigarros que no sabía para qué los necesitaba, pero por suerte, al final resultó que solo fueron seis blísteres.

Como regla a acatar a rajatabla, él, si o sí, tenía que cumplir con las tareas amarillas.

Eran solo las verdes las que le brindaban libertad de acción y decisión. Las amarillas, si quería que todo saliese bien, tenía y debía de cumplirlas, pero como su color indicaba, se trataban de tareas sencillas. Su mente le trajo un nuevo recuerdo de otra tarea amarilla, una en la que había tenido que comprar un celular nuevo.

Solo que había una diferencia, esa tarea tenía un conector, y al completarla le sobrevenía una tarea de color rojo.

Este era de carácter incuestionable. Tenía que hacerse y hacerse bien. En el crucero tuvo varias tareas de este tipo: como cuando, luego de que comprase el celular, tuvo que entregarlo a cierta persona «Leonard», usar «el disfraz», y posteriormente darle instrucciones de entregárselo a cierta otra persona... «Emma».

O como cuando, en cierta hora de la noche, usando «otro disfraz», tuvo que colarse a la sala de mando y estropear todas las cámaras del crucero. Esa también era otra tarea incuestionable.

Y por si los separadores rojos ya le causaban bastante ansiedad completarlas, el sistema de su hermano no finalizaba allí, porque todavía quedaba otro tipo de tareas peores.

A-Normal 2: Rompiendo el destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora