Capítulo XXIII - Lo correcto

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Capítulo XXIII – Lo correcto


¿Cómo se sigue después de una tragedia? ¿Cómo levantas la cabeza cuando sabes que la luz de sol no volverá a salir?

Existen momentos en los que la oscuridad orbita en una persona, aunque sea mediante percepción o una ilusión mental acaecida por las emociones más dañinas. Esa oscuridad te asecha, convive en tu interior y se hace parte de uno mismo.

Zoey Fisher convivió con esa oscuridad durante mucho tiempo luego del fallecimiento de su hermana.

En algún momento, la ilusión de un futuro se había logrado proyectar en ella cuando se inclinó a iniciar sus estudios universitarios. Después de todo, el duelo no podía ser eterno, y realmente creyó que su vida podría teñirse de colores más vivos.

Pero no fue así...

Esa sombra. Ese tornado de oscuridad volvió a encontrarla. Aunque lo peor era que ella —inmersa en el ojo del huracán del dolor—, no era quien más sufría los vendavales; sino que aquellos a su alrededor.

La noche parecía acompañar su agonía en los últimos metros hacia la casa de su hermano.

Las manecillas marcaban horas tardías de la noche, sus ojos, con dos bolsas rojizas y arrugadas debajo de ellos, habían agotado todas las lágrimas que podía segregar en un día.

En su interior ella se sentía una traidora.

Caminando hacia su hogar, con nada más que un par de vendajes y una bolsa con pastillas en su mano. Era lo único que necesitaba.

Nada en comparación de Ulises. Haberlo dejado en el hospital, en un estado alarmante, debatiendo si el destino era lo suficientemente misericordioso como para que, en la ruleta de dos opciones: vida o muerte, la flecha, al final del juego, adscribiese a su favor.

Subió los peldaños en el pórtico e ingresó a la casa. Las luces estaban encendidas, y en la cocina, junto a la barra, su hermano se incorporó y la abordó con «esa» estúpida pregunta.

—¡¿Por qué no me respondiste?! ¿Para qué tiene una tablet si no la vas a usar?

La mirada de ella no buscó hacer contacto visual. Se aclaró la garganta, le dolía mucho, estaba irritada y muy seca, de seguro por los gritos y el llanto.

—Se me acabó la batería.

Teodoro se frotó las sienes y echó un suspiro sostenido. Luego intentó relajarse y la invitó a tomar asiento.

—Sabes que me preocupo, solo quiero lo mejor para ti.

—Yo estoy bien. Físicamente... al menos.

—¿Y Ulises?

Zoey apartó la mirada.

«Te amo...», esas últimas palabras parecían llamas ardiendo en lo profundo de su corazón.

Recordó la última imagen que tuvo de él, cuando las autoridades llegaron a las ruinas y encontraron el cuerpo en la costa, a los pies del despeñadero.

De no haber sido por un milagro, y porque su hallazgo resultó bastante veloz, probablemente habría fallecido ahogado.

—Le dan un par de semanas, quizás tres, quizás una...

Esta vez Teodoro tuvo que tapar su rostro con ambas manos, y la presión que ejerció fue lo suficientemente fuerte como para comunicarse a él mismo la espantosa noticia de lo que estaba viviendo uno de sus alumnos.

A-Normal 2: Rompiendo el destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora