Capítulo II – Evadir la verdad
La tablet sobre su escritorio detonó la melodía estridente de género punk que más adoraba escuchar por las mañanas. La pantalla marcaba las 07:10 AM, pero ella ni siquiera le prestó atención y deslizó el dedo para aplazarla, una vez más... y eso solo significaba dos cosas.
La primera era que ya había aplazado la alarma las primeras cuatro veces, y la segunda, era que su mecanismo empezaría a actuar en cualquier momento.
Adaline Fisher era una chica a la que le costaba horrores levantarse por las mañanas —porque le costaba, el doble de horrores, conciliar el sueño por las noches—, y había programado un sistema infalible al que llamaba «el despertador del infierno».
Se trataba de un super-ultra-mega dispositivo que conectaba la alarma de su tablet a las doce pantallas adheridas a la pared de su habitación, y que, cuando aplazaba las alarmas más de cinco veces, el verdadero infierno se desataba.
Las doce tabletas se encendieron —replicando la misma imagen que en la original—, la habitación se iluminó entre el rojo de los números y el blanco del fondo de la pantalla.
Fue en ese momento en el que su vista percibió la iluminación a través de sus párpados, y su mente, por fin, se dignó a reaccionar.
Sus ojos, dos esferas azules se impregnaron de preocupación y su torso se alzó en un movimiento automático de desesperación y...
La alarma se intensificó.
El sonido retumbó por toda la habitación, inundando sus oídos con el fantástico pero aturdidor solo de una guitarra eléctrica.
Se estiró, y apagó la alarma, no sin antes dejarse caer al suelo. Pasaron unos segundos hasta que su hermano, Teodoro, llegó y azotó la puerta desde el pasillo.
—¡Te juro! ¡Que si vuelve a pasar! ¡Voy a hacer pedazos esa maldita alarma! ¡Lo juro! —Lo siguiente lo escuchó mientras él se alejaba—. ¡AAAARRGGGHHH!
No pudo evitar echar una risa para sí misma.
Un nuevo día más iniciaba en la vida de Ada Fisher. ¿Y qué mejor forma de hacerlo que un baño para relajar las tensiones del despertador del infierno?
No demoró mucho en asearse, volver a su habitación y elegir el conjunto del día: una camiseta color negra con el ombligo al aire —porque hacía un calor de morirse—, y sin mangas —porque: tatuajes—. Sumándole un ajustado short de jean azul con los muslos deshilachados.
Con su atuendo preparado, ahora faltaba el maquillaje: nada muy ostentoso, tan solo un delineado ligero en sus ojos con dos diminutas aletas a los lados, una sombra muy sutil de azul sobre sus párpados, unas uñas pintadas de negro, un labial de un tono oscuro... y ya estaba lista para devorarse a Vanlongward, a Blau, al mundo, y al inframundo también.
Sacudió su cabellera azabache, se dedicó un guiño a ella misma frente al espejo del baño y salió.
—¿Vas a la ciudad? —preguntó Teodoro Fisher.
Él descansaba sus brazos en la barra alta de la cocina, mientras llevaba, de tanto en tanto, una taza de café a su boca.
—Yep, tengo que imprimir algo porque cierta persona odia la tecnología y no quiere comprar una impresora.
Teo lanzó una ceja hacia arriba, incrédulo.
—Tú compra una impresora. No la necesito, tengo una en la sala de profesores.
—¿La puedo usar?
Él sonrió.
—¿Eres profesora?
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A-Normal 2: Rompiendo el destino
Science FictionEmma Clark llega a la isla Blau y lo tiene todo: suite de lujo, una suculenta beca universitaria, una pareja de revista muy intelectual, fieles amigas y un misterioso pero útil don... Con este abanico de ventajas, nada podría salirle mal, pero claro...