Capítulo XXXVI - Rompiendo el destino

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Capítulo XXXVI – Rompiendo el destino



Empujó la puerta del local, completamente consumida por la ira y la frustración, y avanzó a paso apresurado para alejarse del bar «El Gran árbol».

No quiso mirar hacia atrás, por si acaso lo volvía a ver a él, y cuando ella cruzó la acera, las luces del establecimiento, que se habían apagado de forma imprevista y misteriosa, volvieron a funcionar con normalidad.

Emma llegó a la vereda de en frente y tomó asiento en la banca de una parada de autobús, dispuesta a dos cosas. Llorar sin que nadie la molestara, y sentirse la persona más desgraciada y estúpida de la tierra.

Su mente era incapaz de aceptar lo que Isaac le había hecho. Y no solo a ella... lo que había hecho a Macarena había sido inhumano. Apretó los dientes y las preguntas le llegaron solas.

¿Y ellos qué? ¿Eran novios? ¿Desde cuándo? ¿Y por qué ella no lo sabía? ¿Por qué él no se lo había siquiera mencionado? Tenía tantas dudas, tenía tanta frustración, tenía tantas ganas de gritar...

Que nunca se percató de la persona que tomo asiento a su lado.

—Buenas noches... —dijo una voz, cálida, aparentemente era una mujer—. ¿Tienes un segundo para hablar de la eternidad?

«¿Para hablar de... qué?». Emma ni siquiera contestó. Su posición —con la espalda inclinada hacia delante, reposando los brazos en sus rodillas y con la cabeza metida hacia adentro—, no se movió ni un solo centímetro. No tenía energías para lidiar con nadie.

—No —dijo tajante—. No es buen momento.

—Lo imaginaba. En la actualidad, no muchos se toman el tiempo para pensar en lo insignificante y pequeño que somos en el vasto y extenso universo circundante. Quizás si lo hicieras más seguido, lo que te pasó no sería un problema tan grande.

Emma no contestó. La mujer dejó escapar un suspiro divertido y se aproximó a ella. Emma permaneció inmóvil, sumida en sus pensamientos.

—¿Te gustaría escuchar un consejo?

Emma suspiró. Esta mujer parecía no tener intenciones de callarse. Lo único que quería era que la dejaran sola y en paz... un maldito minuto.

—No estoy de humor ahora —aseveró con la mirada clavada al suelo—. Por si no se enteró... —dijo sobándose la nariz—. No estoy pasando por un buen...

—Puedes ocultarlos —interrumpió la mujer.

—¿Qué?

—El color de tus ojos. ¿Sabías que puedes ocultarlos?

Emma no lo comprendió a la primera.

—Solo tienes que pararte frente a un espejo y hacer como una guerra de miradas contigo misma. Haz un poquito de fuerza. Con el tiempo, vas a sentir un diminuto músculo ocular que se mueve, es como una presión en el párpado superior. Sigue esa presión. No la abandones. Y así tus ojos cambiarán a los que siempre tuviste en tu vida.

Emma sintió el terror dos veces consecutivas esa noche. La primera fue en ese momento. Le había hablado de sus ojos. Del color de sus ojos... ¿Y cómo esconderlos? Eso era extraño. Lo suficiente como para acaparar toda su atención, pero lo siguiente que sucedió la dejó atónita, perpleja, y completamente aterrada.

Cuando quiso voltearse a ver a la mujer. Su mirada, su cabeza, todo su cuerpo al completo, desde la punta de los dedos de sus pies hasta el último cabello dorado de su cabeza, se encontraban totalmente paralizados. Intentó moverse, hizo toda la fuerza que pudo, y ni siquiera podía ser capaz de temblar del miedo.

A-Normal 2: Rompiendo el destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora