Capítulo XXV – Deuda pendiente
El portón de la casa de los Morales se deslizó con suavidad. Lo que para una chica de ciudad como Emma, le pareció algo novedoso e impresionante. Se trataba de un inmenso portón de chapa negra que se deslizaba a través de unos rieles que apenas se veían al estar embutidos bajo tierra.
¡Ah, las maravillas de la tecnología! Jamás dejarían de sorprenderla.
Pero ella no estaba ahí buscando sorpresas que llamaran su atención, como si fuese una niñita de diez años. No, ella había ido con un solo objetivo: buscar al escurridizo hermano de Eva para averiguar todo lo que pudiese sobre los responsables que quisieron lastimar —matar—, a su mejor amiga, Vanesa.
Y ahora que Eva le había enviado un mensaje diciéndole que su hermano había dado la cara, ella no dudó en acudir hacia allá.
El portón detuvo su marcha a medio camino y Emma pasó hacia el patio, atravesó un extenso camino de piedras empotradas en un césped tan cuidado como una cancha de golf y llegó junto a Eva, en el pórtico de su hogar.
La chica sacudió sus rastas en un movimiento tosco de cabeza que hizo que todas volasen desde encima de su hombro hacia detrás de su espalda, con una naturalidad, que Emma, ni con años de práctica —y menos con su cabello de cebolla—, lograría jamás.
—Sígueme —le dijo Eva, mientras Emma, como si la vida fuese una aventura gráfica, y ninguna pudiese hablar de nada más mientras caminaban hacia su destino, la siguió en silencio.
Ambas bordearon los límites de la casa y pasaron junto a un mural de piedra que se hallaba repleto de flores colocadas en pequeñas cápsulas de un material similar al concreto.
Las habían pintado de verde para que simulase ser una parcela de césped vertical, con miles de flores. Y aunque Emma se repitió en su mente que no había venido aquí a distraerse con excentricidades de ricos, era imposible dejar pasar desapercibido un jardín vertical.
Definitivamente, ella quería uno de esos en algún momento de su vida, si alguien no la secuestraba, maniataba, asesinaba con un martillazo en la cabeza, o la incineraba de pies a cabeza, por supuesto.
Emma rozó sus dedos en algunas de las plantas al pasar, y mientras tanto, Eva le comentó que tenía suerte de llegar tan pronto, porque su hermano se encontraba ahora mismo en las canchas de tenis.
Y para cuando Emma pensó que ya lo había visto todo... su «lujómetro» voló por los cielos al ver que esa cancha se encontraba en una zona rodeada por murales de arbustos de color morado.
No verdes, como acostumbraba a utilizar la clase baja, inferior y pobre, sino que estas eran de color morado.
Tenían una cancha de tenis y muros de arbustos morados.
Su departamento elitista de lujo era una basura a comparación de esta mini-mansión, pero no podía quejarse, después de todo, a departamento elitista de lujo regalado, no se le miran los dientes.
—Bueno. Ahí está. Ese es mi hermano. —señaló Eva mientras descendían por un camino que serpenteaba hasta la cancha—. Ahora, hazme un favor y piensa en la persona más idiota que hayas conocido en tu vida. ¿Lo tienes?
Emma pensó en Ada.
—Lo tengo.
—Bien, porque aquí y ahora, conocerás a quien le arrebatará ese puesto.
—Lo dudo bastante... —aseguró Emma.
—Yo no... —aseguró Eva.
Con la mente inmersa en el juego, y desplazándose de un lado a otro, como un loco, Marc Morales buscaba ganarle el punto de set a su mayordomo a toda costa.
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A-Normal 2: Rompiendo el destino
Ciencia FicciónEmma Clark llega a la isla Blau y lo tiene todo: suite de lujo, una suculenta beca universitaria, una pareja de revista muy intelectual, fieles amigas y un misterioso pero útil don... Con este abanico de ventajas, nada podría salirle mal, pero claro...