Capítulo XXIX - Ignorar a la muerte

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Capítulo XXIX – Ignorar a la muerte



La puerta de la pizzería se abrió de golpe y ella entró a grandes zancadas hasta alcanzar al cajero. Un muchacho de rulos rojizos la observó con un atisbo de sorpresa en su rostro. La mujer solo formuló una pregunta en voz alta, o más bien... una demanda.

—El dueño. ¿Dónde está?

El joven supuso que no debía agravar la ira que parecía mostrar esta chica de brazos tatuados y delineado corrido. Se ausentó unos momentos y volvió escoltando a un hombre corpulento, de gran mostacho, que depositó sus manos en el mostrador y levantó el mentón, como dueño indiscutible del lugar: era el padre de Ulises. El señor Marcos Rojas.

—¿Qué quieres tú aquí? —Era evidente que ya tenía fichada a Zoey de antemano—. ¿No te bastó lo que le hiciste a mi hijo?

—Escúcheme. Me importa un carajo si usted me culpa de lo sucedido sin una prueba contundente que respalde sus fantasías. —Zoey se acercó al mostrador—. Yo era amiga de Ulises, y si quiero ir a visitarlo, no puede prohibirme ese derecho.

—Perdiste todo tu derecho a verlo cuando lo expusiste al peligro. ¿Y de verdad crees que eres una amiga? Entonces dime: ¿cuándo es su cumpleaños? ¿La comida que más le gusta? ¿Cuál es su paraje favorito del mundo? Respóndeme a una sola cosa. Adelante —Zoey permaneció indiscutiblemente en silencio. Rechinó los dientes, furiosa—. Conozco a las personas como tú, niñita. Solo lo utilizaste para tu conveniencia. ¿Sabes cuantas personas se aprovecharon del buen corazón de mi hijo? ¿Lo sabes? ¡No tienes ni puta idea! —El hombre comenzó a perder la partida en contra de la tristeza, la desolación, y la amargura—. Por favor... vete antes de que haga algo de lo que me arrepienta. Y no vuelvas por aquí, ni te acerques al hospital. Déjalo luchar solo. Él siempre ha sido fuerte, solo déjalo en paz... —El hombre se volteó, susurrando como un espectro al caminar—. Estaba mucho mejor lejos de personas como tú...

Zoey no reclamó nada más. Ya no tenía, ni podía hacer nada más allí. Salió por la puerta con una sensación espantosa arremolinándose dentro de su cuerpo.

Caminó hasta llegar al límite del primer callejón que pudo encontrar y vio su oportunidad de desquite: los cestos de basura tenían un algo que siempre le susurraban al oído, «patéame lo más fuerte que puedas, no te dolerá».

Por supuesto, ella siempre acudía ante esos llamados, y por supuesto, luego de patear, siempre dolía.

—¡Ay! ¡Mierd...! —espetó una chica que había por allí, espantada por el ruido del tacho... y por el insulto que echó Zoey un segundo después.

La muchacha se hallaba sentada unos metros más atrás, recostada sobre el mural del otro lado de una cerca de malla metálica, embutiendo su cabeza entre sus piernas. Se levantó en el segundo que sintió la presencia de otra persona y secó un rezago de lágrimas que acompañaban su atemorizada mirada.

—Perdón —dijo Zoey, alzando las manos en señal de paz—. No sabía que estabas ahí. Solo... me quería descargar. Perdón...

—Está bien... no hay problema —respondió la chica sin hacer contacto visual.

Zoey pudo notar su vestimenta. Era el uniforme del local de la familia de Ulises. Luego echó una nueva mirada al rostro de la muchacha. El cabello planchado y atado, baja estatura, mirada de cejas pobladas y una frente prominente pero tierna.

—¿No te había visto antes? ¿Trabajas en la pizzería?

El comentario llevó a la joven a levantar la mirada.

A-Normal 2: Rompiendo el destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora