Capítulo XXXIII - A-Normal

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Capítulo XXXIII – A-Normal



La profesora Rotingham fue la primera en descender. Cuando las suelas de sus zapatas apisonaron el empedrado de su nuevo y apasionante destino, inhaló con goce manifiesto, el aire con aroma a pinos frescos, árboles, ríos, lagunas, montañas, animales... y a naturaleza. Mucha naturaleza.

La sensación de libertad la embriagó por completo y le regaló una radiante sonrisa al cielo. Nubes cero, el clima perfecto. Nada podía salir mal este día. Su cabello cobrizo, una maraña de rulos abultados que ató a un listón para mantenerlo firme, rebotó de manera simpática al compás de sus pasos.

Esperó a que todos los alumnos se reunieran junto a ella luego de descender de los autobuses, para darles una cálida bienvenida, como solo ella podía hacerlo. Antes de empezar a hablar se tomó otro breve momento para respirar el aire de la libertad. Era como una droga para esa mujer.

—¡Buenas mis chiquitines! ¡Hemos llegado! —dijo ella expandiendo sus brazos a los lados—. El parque natural Aldebarán nos abre las puertas a una nueva y apasionante aventura de descubrimiento, y como muchos ya sabrán, tenemos cientos de actividades por realizar aquí...

Emma desvió su atención de la profesora y volcó la mirada sobre Ada. Ella le devolvió una sonrisa de esas que le daban vómitos internos. Si había algo que detestaba era cuando esa chica sostenía esa actitud relajada y esos aires de pasividad-agresividad que se le notaba aunque estuviese en la punta de la montaña más alta de Aldebarán.

Emma no podía quitarse de la cabeza aquella breve plática antes de ascender a los buses. Ninguna había vuelto a dirigirse la palabra desde ese entonces, pero lo que había dicho, cómo lo había dicho y en especial quién lo había dicho...

Había sonado cómo si ella supiese.

Negó para sí misma. Quizás había sido una mera coincidencia. Una elección de palabras que, casualmente, contenía la frase «ver el futuro». No tenía por qué preocuparse de algo así. Se rascó la nuca, incómoda. ¿O si...?

No, imposible. No podía saberlo. Ella no podía saberlo, porque en ese caso, con todo lo que había pasado entre ellas y ese odio mutuo que existía entre ambas... si Ada supiese, lo sabría todo el mundo. Resopló e intento, como ya era una costumbre desde que había llegado a esta isla, dejar de sobre pensar tanto las cosas.

Por suerte, las actividades que había para hacer en Aldebarán le quitarían un poco ese peso de encima. Si bien todavía quería entrenarse con Mikael para lograr enfrentar a lo-que-sea que se le cruzara por su camino. Tenía que hacer caso a las palabras de su terapeuta y aprender a relajarse y disfrutar de las buenas cosas de la vida.

Según lo poco que había escuchado de su profesora al hablar, había un infinito mar de actividades a disfrutar, y podía hacer cualquiera de ellas. Decidió volver a volcar su atención en el discurso de su profesora. Verla le recordaba mucho a su estadía en el crucero.

Rotingham terminó de explicar detalladamente el punto de encuentro Centauri: un lugar formado por tres edificios de estructura rústica, dispuestos en semicírculo.

Uno era una regalería muy completa, con un mercado interno pequeño, pero equipado con todo lo esencial para salir al bosque sin privarse de nada; el siguiente era usado por los organizadores que habitualmente manejaban al grueso de turistas para ofrecerles —y cobrarles— por los distintos recorridos; el último se trataba de un restaurante inmenso, responsable de replegar, en toda la periferia central, un surtido de mesas, sillas y sombrillas para tentar a los agotados y juveniles cuerpos a descansar y consumir sus deliciosos alimentos regionales.

A-Normal 2: Rompiendo el destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora