eleven

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Isobel se presentó en Londres al día siguiente. No podía permitirse esperar más, por miedo a perder el valor que Ginny le había inspirado.

Era extraño estar en aquel lado del camino. El edificio de apartamento de Draco le pareció de repente muy grande, mientras subía sus escaleras; mucho más intimidante cuando no estaba de pie en la comodidad de su esquina sombreada.

Las puertas de cristal del edificio estaban cerradas. En la pared de ladrillo contigua había pequeñas columnas de números y botones, que supuso que constituían una especie de sistema de timbre muggle para los apartamentos. Por supuesto, no conocía el número del apartamento de Draco y no tenía ganas de llamar a uno de sus vecinos. Así que miró a su alrededor para comprobar que nadie la observaba, hizo un discreto gesto de Alohomora en la cerradura y se abrió paso hasta el edificio de apartamentos. El vestíbulo del edificio era un espacio pequeño y poco iluminado, atestado de hileras de buzones de madera. Isobel avanzó rápidamente por él hacia una estrecha escalera, sin permitirse tiempo para dudar.

Si el apartamento de Draco estaba en el tercer piso, directamente sobre las puertas de entrada del apartamento, eso significaba tomar a la derecha después de las escaleras.

Lo que significaba - que esta era su puerta, aquí. Aislada al final del pasillo del tercer piso. Desgastada, blanca, de madera - y tan aterradora.

Isobel respiró profundamente. No tenía ni idea de lo que debía decir a Draco; había tenido demasiado miedo como para planearlo. Esperaba que una vez que lo viera, las palabras empezarían a fluir, pero ahora no estaba tan segura.

Dejó caer la capucha de su abrigo.

Llevaba maquillaje por primera vez en mucho tiempo, que ahora le resultaba pesado en la cara. Además, esa mañana había tardado más de una hora en elegir su outfit, todo para encontrarse con un chico que ni siquiera recordaba. No tenía explicación para eso.

Excepto... ¿y si Draco echaba un vistazo a Isobel Young y decidía que ya no la quería?

—Sé valiente, Gryffindor.—murmuró en voz alta. Luego levantó un puño y golpeó fuertemente la puerta.

Y nada.

Volvió a llamar. Pasaron minutos -o posiblemente, segundos muy largos- pero no pasó nada. Nadie contestó a la puerta.

No estaba en casa.

Casi se rió de lo absurdo de la situación. Había tardado meses en armarse de valor para hablar con él y, por primera vez en todas sus visitas a su apartamento, no estaba allí.

Una puerta se abrió detrás de ella y se giró rápidamente, esperando ver a Draco salir. Pero en su lugar, una mujer de cara amable y pelo rizado le sonrió, quedándose en la puerta de un apartamento vecino.—Hola.—dijo la mujer.—¿Puedo ayudarte?

Isobel se abrazó a su abrigo, sintiéndose cohibida. Señaló con la cabeza la puerta de Draco.—¿Sabe si está en casa?

—¿El chico que vive en ese apartamento? Acaba de salir, en realidad, hace unos veinte minutos. No lo conozco.—dijo la mujer, a modo de confesión.—Pero escuché cuando se marchó.

—Oh.—musitó Isobel.—Bien. Me iré, entonces...

—¿Eres amiga suya? ¿Novia?—Isobel sintió que su cara se calentaba.

—Sí. Quiero decir... soy una amiga. ¿Nunca lo has conocido?

—Nunca.—dijo la mujer, contemplativa.—Y ha vivido aquí durante más de un año. Es tan extraño, ya sabes. He conocido a muchos de los otros vecinos, pero él y yo seguimos sin vernos.

dear draco, 2 || TRADUCCIÓN ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora