twenty-six

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*lean toda la nota del final o chillo*

***

Eran casi las dos de la mañana cuando llegaron al parque más cercano.

El parque era tranquilo, a un paso de las calles de la ciudad, pero más resguardado y solitario. Estaba cerrado con llave -se habían colado con un Alohamora- y, por tanto, tenían la extensión del pasto y los árboles para ellos solos.

Ambos habían tomado un vaso de papel de la máquina de café de la tienda de la esquina. Draco sirvió vino para cada uno, y chocó irónicamente su taza con la de ella. Se sentaron, hablando. Los árboles desnudos apenas les protegían del frío, pero cuanto más vino tenía Isobel en su organismo, mejor era más capaz de olvidarlo.

Las estrellas eran débiles; difíciles de ver desde la ciudad y sus luces, pero la luna brillaba con fuerza sobre el parque. Draco estaba sentado con los codos apoyados en las rodillas. Llevaba una sudadera negra con capucha debajo de la chaqueta; tenía la capucha puesta sobre la cabeza. Isobel le lanzaba miradas cuando él no miraba hacia ella; estudiaba el rebote de la luz de la luna contra la pálida piel de sus manos, los suaves trozos de cabello que asomaban bajo la capucha.

—Siento haberme enfadado antes,—dijo inclinando la cara hacia ella.—Cuando volví del bar.

—Yo también lo siento. Sé que debería haberme quedado en casa.—Sólo te he echado de menos, pensó ella.

Una sonrisa se dibujó en su boca.—Me alegro de que estés aquí.

—Estoy harta de estar encerrada,—le dijo Isobel.—Lo odio. Odio esa casa.

—Odio a tu madre por encerrarte.

Ella agarró su vino; miró fijamente en sus profundidades.—Sé que lo haces,—dijo ella, a regañadientes.

Él rozó el dorso de sus dedos contra la mano de ella.—Te escabulliste a la mansión dos veces,—dijo.—Pasaste a hurtadillas las puertas y el portero y todo. Ni siquiera sabías en qué parte de la casa encontrarme.—Puso los ojos en blanco.—Podrías haberte metido en serios problemas por ello. Así que supongo que aparecer en mi puerta a medianoche no es exactamente un comportamiento sorprendente.

Ella le devolvió la mirada, desconcertada. No podía imaginarse a sí misma entrando a hurtadillas en la Mansión Malfoy ahora; sonaba aterrador.

Draco apuró el resto de su vino.—También solías olvidar tu varita en todos los sitios a los que ibas,—dijo.

Eso sí que lo recordaba.—Mi madre me ha inculcado, ahora, que compruebe siempre que la tengo conmigo.

—Envíale mi gratitud.

Intentó sonreír, pero no lo consiguió. Su madre y Draco probablemente nunca se agradarán; tal vez nunca se volverían a ver.—¿Puedes contarme más?—le preguntó.—Más cosas como esa, que no puedo recordar. Más sobre nosotros.

—Si quieres,—dijo él, y ella asintió.

Le habló de la fiesta de Navidad del Ministerio, cuatro años antes. Le contó que la había seguido hasta un tejado y que habían contemplado la ciudad y que ella, por primera vez, le había hablado como si fuera un amigo. No a Draco Malfoy, sólo a Draco. Que ella había balanceado sus piernas en la pared y había hecho bromas estúpidas y él se había encontrado enamorado de ella. Que se había despreciado a sí mismo por ello, pero había sucedido, irremediablemente.

—Y luego te compré ese collar,—dijo, bajando los ojos al bolsillo de su abrigo, —y te lo pusiste aunque decías que me odiabas.—Él enarcó una ceja.—Me pareció sospechoso.

dear draco, 2 || TRADUCCIÓN ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora