twenty-three

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LEAN LA NOTA DEL FINAL.

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***

Se abrigaron con gruesas capas de ropa. Belly le preguntó dos veces a dónde se dirigían, pero él no se lo dijo.

Ella cerró la puerta principal y salieron al frío. Al tomar su mano, vio un destello de preocupación en su expresión. Una fracción de segundo de preocupación cuando ella miró hacia la casa; y luego su atención fue la de él.

Mientras aparecían, él la estrechó contra su pecho. Tenía miedo de soltarla, de que se hiciera pedazos, de que se le escapara de los brazos en los espacios giratorios de la Aparición.

Sus pensamientos temerosos rozaban lo irracional, lo sabía. Pero apenas se había acostumbrado a su compañía. Con cada una de sus respiraciones, temía perderla de nuevo.

Sus pies encontraron tierra firme, y levantó una mano del hombro de ella para proteger sus ojos. Le habló al oído.—No puedes mirar todavía.

Estaban de pie en la cima de una duna de arena, con vistas a una pequeña cala solitaria. Él la condujo hacia el borde de la duna, desde donde podían ver la playa en su totalidad.

El viento le azotó el pelo y el aire salado le llenó las fosas nasales. Miró a Belly; vio una sonrisa tirando de sus labios, sin duda sintiendo que el viento amargo también golpeaba su piel. Dejó caer la mano.

—¿Esperabas esto?

Belly exhaló un suspiro de felicidad mientras contemplaba la playa blanca, el océano oscuro y las nubes grises. Le devolvió la mirada.

—Puede que te conozca mejor de lo que crees.

—Una sorpresa de mierda, entonces.—respondió él.

Pero su sonrisa no hizo más que crecer.—Me encanta la playa. ¿Nunca hemos estado aquí juntos?

Él negó con la cabeza.—Nunca hemos estado juntos en ningún sitio, excepto en la escuela, en mi casa o en la tuya.

Ella asintió, claramente satisfecha por esta información. Feliz de estar en algo parecido a la igualdad de condiciones.—¿Pero has estado aquí antes?

Él levantó un hombro.—Una o dos veces.

Belly lo estudió durante un momento más, luego se acercó el abrigo a su alrededor y volvió la cara contra el viento.—Es bonito.

La cala se extendía no más de media milla. Estaba escondida de la tierra firme, rodeada de altas dunas de arena por un lado y de imponentes acantilados por el otro. Cuando tropezó con ella en el verano posterior a la guerra, el sol le había dado de lleno en las mejillas y la arena estaba caliente al tacto. Ahora, el aire era gélido y el cielo gris oscuro, pero seguía siendo idílico.

Lo que más le gustaba de esta playa era que, cada vez que había estado aquí, no había ni una sola persona a la vista.

Miró a Belly mientras miraba el horizonte, con el pelo ondulado hacia atrás; su barbilla inclinada contra la brisa salada. Pensó que una vez la había mirado exactamente igual, encima de la fuente de la mansión. Había pensado que algún día podría contarle todas las horribles experiencias que se habían acumulado en su interior, afiladas como cuchillos; la forma en que Dumbledore y Voldemort y los mortífagos habían merodeado por sus pesadillas como monstruos. Pero antes de que pudiera contárselo, ella había ocupado su lugar. Se había convertido, el día de la batalla, en la persona cuyo rostro atormentaba sus días y sus noches.

Ella había desaparecido de su vida antes de que él tuviera la oportunidad de llevarla a un lugar como éste. No era como se había imaginado; su compañía era precaria, la amenaza de perderla en cualquier momento era inminente. Pero aun así, pensó. Estaba bien.

dear draco, 2 || TRADUCCIÓN ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora