forty

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i s o b e l

Supo de inmediato a dónde iba, y sabía que no podía ser vista allí. Sabía que si Lucius y Narcissa la veían en los terrenos de la mansión eso llevaría a un desastre inevitable, y ese no era un riesgo que estuviera dispuesta a correr. Ser vista no era una opción.

Cuando los pies de Draco e Isobel encontraron tierra firme, tropezaron. Cayeron juntos sobre la grava con las piernas aún enredadas.

Isobel levantó la vista y miró las puertas y ventanas de la mansión. Todas las luces de la parte delantera de la casa estaban apagadas, todas las ventanas estaban a oscuras. Lo tomó como una buena señal. Cuando volvió a mirar a Draco, encontró sus ojos fijos en los suyos, aterrados. Retrocedió sobre los codos, alejándose de ella.

—Me seguiste.

El corazón de ella se estremeció.—¿No estás herido?

Draco no dijo nada, y ella escudriñó sus extremidades en la oscuridad. La sangre se había derramado en el lugar donde él había golpeado el suelo, al igual que en las palmas de las manos y las rodillas de ella, pero ése parecía ser el alcance de sus heridas. Soltó un suspiro de alivio. Estaba segura de que uno de los dos volvería a estar herido.

—Lo siento.—dijo ella.—¿Podemos volver? O al menos lejos de aquí, en algún lugar más seguro...

Las cejas de Draco se fruncieron.—¿Quién eres? ¿Qué está sucediendo?

Se sentó y miró la sangre que se filtraba a través de su camisa por los codos. Se abstuvo de acercarse a él. Durante todo el tiempo que lo había conocido, Isobel había sido la errática, la de temperamento rápido; nunca ocultaba su pánico, siempre hablaba demasiado cuando estaba nerviosa. Draco había estado tranquilo; estuviera o no en su naturaleza, había afrontado sus turbulencias con compostura, le había ofrecido consuelo con su seguridad en sí mismo. Ahora, se dio cuenta de que ella tenía que ser la calmada. Él necesitaba que ella lo fuera. Con las manos en el regazo, dijo:

—Por favor, vuelve a aparecer conmigo en la boda. Por favor, Draco.

Él la miró durante unos segundos más, luego negó con la cabeza, y su corazón se hundió.

—Podemos encontrar un lugar tranquilo.—le dijo Isobel.—En la casa de los Weasley, incluso. Nadie nos molestará.

La mirada de Draco se aferró a la estrella que colgaba de su garganta.—Creo que no estoy bien —dijo bruscamente—. Mi mente... algo no está bien. Y no quiero volver con toda esa gente cuando me siento así.

—¿Sintiendo qué?

Se mordió el interior de la mejilla por un momento, y luego dijo:

—Mi mente no se siente... Completa. Se siente mal. Se lo conté a mis padres y me dijeron que no era nada, pero no es nada.—Sacudió la cabeza, sin dejar de mirar su collar—Se siente como si faltara algo.

—Como un borrón.—ofreció ella en voz baja.—Como si algunas partes de tu mente, tu memoria, estuvieran claras como el cristal, pero otras no estuvieran en absoluto.

Su mirada se posó finalmente en la de ella.—Sí, como un borrón. Y también —rozó la punta de su zapato contra la grava—, soy consciente de que Blaise y Astoria nunca tienen mucho tiempo a solas. Creo que les vendrá bien hablar, sin que yo esté presente.—Se pasó las manos por las rodillas, e Isobel vio que tenía cortes en las palmas de las manos por la grava.—Astoria es la chica con la que debo casarme.—dijo.—No estoy seguro de haberte dicho su nombre.

—Lo hiciste.

—Claro.—dijo él.—Te juro que no suelo abrirme así con los desconocidos.

Isobel sintió la garganta seca.—También creo que sería bueno para ellos hablar las cosas.—dijo.—Creo que sería bueno para todos ustedes.

dear draco, 2 || TRADUCCIÓN ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora