epilogue

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En la cima de la duna más alta de una playa aislada de Inglaterra, se encontraba una cabaña solitaria.

En la cabaña vivía una joven.

Una joven con largos rizos, grandes ojos marrones y con el aspecto derrotado de alguien que ha perdido recientemente todo lo que amaba.

A la joven le encantaba la playa. Le encantaba estar de pie con las olas que le llegaban a los tobillos, observando la tranquilizante agua. Le encantaba sentarse junto a los grandes ventanales de la cabaña y escribir, con una manta enrollada sobre los hombros.

Pero últimamente estaba atormentada por los nervios. Porque el tiempo pasaba, con una lentitud agonizante, y no tenía absolutamente ninguna noticia del joven al que temía no volver a ver.

Los días pasaban y ella seguía sin saber nada. Y con cada minuto que pasaba, estaba más segura de que nunca volverían a verse; de que nunca volvería a mirar sus gélidos ojos grises. Que nunca podría decir que lo amaba.

Hasta que un día, exactamente dos semanas después de haber estado allí por última vez, el joven apareció a mitad de la playa.

Apareció de la nada. En un momento no había ni rastro de él; al momento siguiente, estaba allí, caminando por la arena hacia la cabaña.

Cuando llegó al pie de la duna, miró hacia arriba. Se pasó una mano por su cabello rubio platinado, y se maravilló de su obra.

Y antes de que pudiera dar un paso más, la puerta principal se abrió de golpe y apareció la joven. Se detuvieron durante medio segundo, y eso fue todo lo que necesitaron para darse cuenta de que aquello era real. Que todo aquello estaba ocurriendo de verdad, que los dos estaban allí, que no estaban soñando.

Él empezó a subir los escalones, pero ella ya estaba bajando a toda velocidad. Y entonces los brazos de ella rodearon el cuello de él y los de él la cintura de ella, y se abrazaron con tanta fuerza que ninguno de los dos podía respirar bien. Enterraron sus rostros en los cuellos del otro y retorcieron sus dedos en las camisas del otro.

Él fue el primero en dar un paso atrás, en tomar aire y en apartar el cabello de la cara de ella, llena de lágrimas.

—Lo recuerdas.—dijo Isobel, con la voz temblorosa.—Puedo verlo en tus ojos.

—Todos mis recuerdos han vuelto.—le dijo Draco.—Se los di todos a Blaise antes de que mi padre los borrara.

—Sé que lo hiciste.—dijo ella.—Los he visto. Y tu padre...

—Mi padre está en Azkaban, por ahora.—dijo Draco. Le pasó el pulgar por la cicatriz del pómulo.—Pero el Ministerio sabe lo que hizo. Si alguna vez sale de la cárcel, no volverá a molestarnos.

A Isobel se le aceleró el pulso.—¿Y Blaise?—preguntó.—¿Blaise y Astoria?

—Están juntos.—dijo Draco.—Son felices.—Su boca se levantó en una media sonrisa.—Y creo que tienes que darme un tour por este lugar.

Isobel se rió, y asintió, y tomó su mano entre las suyas.—Por supuesto.—dijo. Lo arrastró hacia los escalones de piedra, quitándose las lágrimas felices de las mejillas.

Le enseñó la casa y lo que había hecho con ella. La visita terminó en la cocina, y mientras miraban al mar, sus corazones se llenaron.

—Hay un último toque que necesitamos.—dijo ella, y él levantó las cejas en señal de interrogación.—Vamos a necesitar unas estrellas que brillen en la oscuridad.

—Isobel Young.—dijo Draco. Le rodeó la cintura con un brazo y la acercó. A lo lejos, las olas rompían suavemente contra la orilla.—Te compraré todas las estrellas del cielo, si es lo que quieres.

Isobel apoyó la mano en su mejilla.—¿Recuerdas lo que dijiste en tu última carta?—le preguntó.—Sobre... sobre amarme para siempre...

Los ojos de él pasaron por los de ella, y una sonrisa se curvó en sus labios.—Aunque no te recuerde —dijo—, mi corazón te pertenecerá, para siempre.

Isobel asintió.—Yo también quiero decir eso.—dijo.—Pase lo que pase, te amaré para siempre.

Draco le besó la mejilla. El toque fue suficiente para que sus lágrimas se derramaran, una vez más.

Él sonrió dentro de sus lágrimas saladas, y murmuró contra su piel.—Para siempre será, Belly.

En una vida diferente, una muy parecida a ésta, ambos jóvenes estaban separados por las fuerzas del mundo, por las restricciones de la sociedad, por la gente que les decía que no. No lucharon para derribar los muros construidos para mantenerlos separados. Pero en esta vida, lo hicieron.

En otra vida, Isobel y Draco estaban separados.

En esta, estaban juntos.

dear draco, 2 || TRADUCCIÓN ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora