CAPÍTULO 51

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Hubo una enorme pausa, en la que ni siquiera nuestras respiraciones se alcanzaron a escuchar

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Hubo una enorme pausa, en la que ni siquiera nuestras respiraciones se alcanzaron a escuchar.

—Idiota —masculló Anne.

Wen, por su parte, se había quedado atónita.

—¿Q-qué?

La inseguridad me inundó, pero ya lo había dicho, no podía dar marcha atrás.

—Helga era consciente de que existía una traidora —proseguí. Ni siquiera medité en lo que estaba diciendo, pero hablé con tanta sinceridad como no lo había hecho antes—. He venido no solo a entregarte mi reporte, sino escucharte a confesarlo, es decir, planeaba obligarte a confesarlo, a utilizarte contra Lucian, pero... creí que lo mejor era sólo decírtelo. Y si pudieras darnos toda la información de la casa y las llaves de acceso a los aposentos de Lucian, podríamos entregárselo a Helga y salir de aquí. Toda la información que puedas tener. En otras palabras, te necesitamos Wen.

La habitación entera se mantuvo a la espera de su reacción.

Wen no se movió ni un ápice, se había quedado con los labios entre abiertos y los ojos desenfocados. Ni siquiera parecía respirar. Hasta que, en tono muy bajo, respondió:

—No debiste. No debiste decirme eso.

Los cabellos de mi nuca se erizaron.

Un repentino empujón me adentró más a la oficina, y como un borrón, vi la figura de Anne avanzando con férrea determinación hasta plantarse frente a ella con las manos a los costados del escritorio.

—Danos todo lo que sabes —exigió sin más—. Los planos de la casa, la ubicación de las cámaras con los micrófonos y números de teléfono. Ahora.

Wen continuaba estática, con la misma expresión atónita de antes.

—No te lo repetiré dos veces —reiteró Anne.

—Vete de aquí.

—No me iré sin lo que he venido a buscar.

—Pues has perdido tu tiempo —Wen recuperó el control de su rostro, convirtiéndose en la mujer fría e indiferente que tanto conocíamos—. Vete o llamaré a seguridad.

—Hazlo, de todas formas se lo dirás todo a Lucian, ¿no es por eso que te paga tan bien?

—No me provoques, Anne.

—¿O harás qué? ¿Mandarme a azotar?

—¡Fuera! ¡Lárguense las dos! ¡AHORA!

Anne, en vez de obedecer, se abalanzó contra ella.

Los papales se deslizaron al suelo, el escritorio se sacudió. Ambas chocaron contra la silla y esta se tambaleó hasta que terminaron cayendo contra el piso. Yo me apresuré a separarlas. No obstante, el tiempo que tardé en asociar lo que había pasado fue suficiente para que Anne consiguiera apresarla con las manos, con una Wen que se debatía con todas sus fuerzas para quitársela de encima.

Mentirosa | Bilogía Mentiras #1 [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora