CAPÍTULO 8

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—Sam, ¿has visto mis zapatos de tacón de aguja? ¡No los encuentro!

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—Sam, ¿has visto mis zapatos de tacón de aguja? ¡No los encuentro!

Anne comenzó a sacar todas las cosas del clóset sin fijarse por dónde caían. Una de sus prendas me dio en la cabeza y yo la miré furiosa.

—¿Que no los traías puestos hace tres noches?

—Hace tres noches los había dejado justo al lado del espejo pero ahora no están... —gimió—. Ay amantes, Lucian va a matarme.

Casi siempre era la misma rutina antes de que la casa se convirtiera en lo que a Lucian le gustaba llamar como "La casa de muñecas". Cada nueve de la noche él traía a sus clientes para que pasaran con nosotras las veladas nocturnas. En ocasiones éramos llamadas explícitamente para un cliente en particular, si teníamos suerte nosotras podíamos escoger con quién pasar la velada, incluso ayudar a Tiana en la cocina.

Algo que sucedía muy raras veces.

Horas antes de que empezara el turno, Lucian mandaba a través de Wen instrucciones precisas sobre lo que teníamos que vestir, cómo debíamos estar peinadas e incluso el color exacto de nuestro maquillaje. Él decía que les ofrecía a sus invitados ciertas características que se adaptaban a cada una de sus fantasías, y estos podían escoger no solo a una de nosotras, sino el conjunto que deseaban que usáramos. En mi primera noche Karla me había dado una serie de consejos antes de permitirme ir sola. Recordaba mi primer trabajo como algo difuso, un sabor amargo que, con el tiempo, había aprendido a restarle importancia.

Aunque aún me costaba.

Con el pasar de las noches logré adaptarme mejor, o al menos, la pesadez en el estómago fue haciéndose menor. Afortunadamente esa noche ningún cliente había solicitado mis servicios, así que Lucian me había dado mano libre para que usara lo que quisiera. Tal vez podría apoyar a Tiana en el servicio de cocina y luego...

Sentí la punta de un tacón en mi coronilla.

—¡Anne! ¡Date cuenta de dónde tiras nuestras cosas!

—Aquí estaban, yo sé que aquí los dejé... —murmuró sin prestarme atención.

Rodeé los ojos y chequé la hora en mi reloj de muñeca: faltaban quince minutos para que dieran las nueve, debía apurarme. Me apliqué lo último de mi delineador frente al espejo, por lo que solo veía la espalda de mi compañera de cuarto removiendo el contenido de nuestros cajones.

—Por casualidad, ¿no los dejaste anoche en la habitación de placer? —sugerí limpiando una manchita en mi mejilla.

—Para nada, Liz fue quien tuvo que trabajar allí.

—Pues entonces alguien los habrá tomado.

—Se supone que estas habitaciones están para nuestra propia intimidad, ¡nadie tiene permiso de entrar sin nuestra autorización!

—No sé qué quieres que te diga, yo no los he visto.

Gruñó.

—¡Las cosas no pueden desaparecer de un momento a otro! ¡Es tu culpa por tenerlo todo hecho un desastre!

Mentirosa | Bilogía Mentiras #1 [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora