CAPÍTULO 62

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Las tazas estuvieron a punto de resbalarse de mis manos

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Las tazas estuvieron a punto de resbalarse de mis manos.

Muchas cabezas giraron en la misma dirección, atraídas como imanes hacia el mismo polo. Alto, erguido, regio y orgulloso. Una estatua perfecta que era consciente del efecto que provocaba en ese lugar. Como si el café entero supiera que no merecía tener el honor de ver a Lucian Jones caminar bajo su techo.

Destacaba, por supuesto que destacaba. ¿Cómo no iba a hacerlo? Con ese gesto arrogante que podía hacerlo pasar por el verdadero dueño del local; la sonrisa ladeada que transmitía un aire enigmático además del peinado impecable.

Casi todas las miradas femeninas no se resistieron a recorrerlo de arriba a abajo. Generó todo tipo de sonrisas, desde esporádicas hasta lascivas. Cuchicheos, risitas. Posturas encorvadas que de repente se enderezaron. Vi cómo le devolvía la mirada a una chica que desvió inmediatamente los ojos mientras el cuello y su cara enrojecían.

Todas, todas –y casi me atrevería a decir que también algunos hombres- quedaron hechizadas por ese magnetismo natural de Lucian, uno que recordaba con profunda vergüenza.

Toda la atención y cada tema de conversación se desvió por breves instantes para enfocarse en una sola persona: Él.

Y podía adivinar cuál era su objetivo al estar allí: Yo.

Viéndolo así, con esa máscara perfecta, hizo que se me helara la sangre.

A pesar de no pasar desapercibido, Lucian actuó como un profesional; uno de los meseros lo atendió con rapidez y él, reaccionando como se espera de alguien que portase elegancia y cortesía, se dejó guiar como si de verdad fuera un cliente normal que hubiese entrado allí por pura casualidad.

Willma, que seguía gesticulando a mi lado, tan concentrada en descargar su exasperación por lo de Katy, fue la única que seguía sin percatarse del nuevo cliente.

—...esa chica nunca me ha caído bien. ¿Sabes de lo que hablo? —Recayó en mi expresión aturdida—. ¿Y ahora qué te pasa?

Siguió la dirección de mis ojos, y a punto estuvo de adoptar la misma cara fascinada de la mayoría de los presentes, cuando abandoné las tazas y la arrastré conmigo hacia la parte de atrás sin pensar en lo que estaba haciendo.

—¡O-oye! —exclamó.

No le di tiempo a preguntar, porque abrí la entrada del dispensario casi de una patada, empujándola adentro y cerrando la puerta para después recargar todo el peso de mi cuerpo sobre esta.

—Sam, ¿qué te...?

Coloqué el cerrojo, y de inmediato busqué alrededor, girando en círculos con desesperados movimientos como un frenético conejo.

—¿Samanta?

Me llevé las manos al cabello, enterrándome las uñas y alborotándome varios mechones de pelo.

Mentirosa | Bilogía Mentiras #1 [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora