Yin - yang • Theodore Nott

XXVII

𝑪𝒐́𝒎𝒐 𝒆𝒔 𝒑𝒐𝒔𝒊𝒃𝒍𝒆?

          Blaise Zabini estaba debatiéndose entre despertar a sus dos amigos o dejarlos en ese sofá de la sala común para que todos los vieran.

La pelirroja y el rubio se encontraban abrazados. Ella tenía la cabeza apoyada en su pecho y el tenía las manos colocadas en su cintura.

Optó por la segunda idea.

En ese mismo instante, Theodore Nott bajaba por las escaleras que conducían a las habitaciones de las chicas.

— Veo que has pasado una buena noche no? — le dijo en tono frío Blaise. Empezó a hacerse más distante a Theo cuando empezó a salir con Daphne y cuando se enteró de todo lo que había ocurrido entre el y Alina.

— Pues si, la verdad.

— Adivino que no has dormido mucho.

— Adivinas bien.

— Bueno, aunque no la quieras por lo menos se deja hacer no Theo? Estoy seguro que es lo único que haces con ella que te gusta.

— No se de que me hablas.

— Pues de que estás con ella solo porque es una puta, ni si quiera te gusta un poco.

— No digas estupideces.

— Si hubiese dicho lo que acabo de decir pero refiriéndome a Alina ya me estarías pegando. Sin embargo lo estoy diciendo sobre tu novia y si quiera te has enfadado.

— Déjame en paz Blaise, además, tú nunca dirías eso sobre Alina — en ese momento se dio cuenta de los otros dos jóvenes, que seguían durmiendo en el sofá abrazados. Apretó los puños y su mandíbula se tensó. Blaise sonrió satisfecho ante tal reacción, era evidente que estaba celoso y el no se había equivocado en nada. Seguía enamorado de la pelirroja pero no sabía porque estaba siendo tan imbecil, eso era algo que tendría que descubrir más tarde. — Deberíamos despertarlos, antes de que todos los vean.

Blaise tan solo rodó los ojos.

— Está bien. — los dos muchachos se acercaron a ellos.

— No, Blaise, tu vete... yo me encargo — el moreno asintió no muy convencido y se fue hacia su habitación.

Theo se agacho a la altura de la cara de Alina y le acarició la mejilla.

— Lo siento — dijo en un susurro y con los ojos cristalizados — pero es lo que debo hacer. Ojalá las cosas fuesen de otra manera. Todo sería más sencillo y los dos seríamos felices. Siento muchísimo hacerte daño, a mi también me duele, sobre todo porque el amor que había en tu mirada cuando me veías se ha esfumado, ahora solo veo odio. Espero, algún día, poder decirte esto cuando estés despierta.

El castaño se limpió los ojos y despertó a ambos adolescentes.

— Ya nos has despertado, puedes irte — le espetó Alina al ver que el chico se quedaba parado.