-Camila-
Mi corazón late con fuerza mientras subo las escaleras del edificio. Todo luce familiar y diferente al mismo tiempo. Han pasado más de seis meses desde la última vez que estuve aquí, así que no puedo evitar sentirme aterrorizada; sobre todo cuando ni siquiera tuve la decencia de llamar o estar en contacto.
Avanzo por el corredor del cuarto piso y me detengo cuando miro la puerta de la que solía ser mi habitación. Tocó la puerta de aquella habitación que compartía con Dinah.
No sé qué estoy tratando de hacer. No sé cómo es que tengo cara para venir a verla cuando no respondí ni uno solo de sus correos electrónicos. Ni siquiera pude leerlos. Quería alejarme de todo recuerdo. De todo aquello que me recordaba a Lauren Jauregui, y Dinah era el recordatorio constante de lo que tuve con ella.
Fui muy egoísta y quiero compensarlo. No he recibido ni un solo correo de ella en meses. Estoy consciente de, probablemente, va a mandarme a la mierda. Sé que seguro me odia, pero quiero pedirle una disculpa.
“Tal vez ya ni siquiera vive aquí.” Susurra una voz dentro de mi cabeza.
Estoy a punto de girarme, cuando la puerta se abre. Mi pulso se acelera, el temblor de mis manos se extiende a lo largo de todo mi cuerpo y un nudo se instala en mi estómago.
Delante de mí aparece una chica de aspecto cansado y triste. Me toma unos instantes darme cuenta que se trata de Dinah. Está mucho más delgada de lo que recuerdo, las bolsas debajo de sus ojos contrastan con la palidez de su piel; luce insana y demacrada. Su cabello, antes brillante y rizado, está amarrado en un moño descuidado. Su mandíbula se aprieta cuando me mira y las aletas de su nariz se dilatan.
Abro la boca para decir algo, pero no soy capaz de pronunciar palabra alguna. Aprieto los puños y trago antes de volver a intentarlo.
—H-Hola… —mi voz sale en un susurro inestable y ronco.
Me observa en silencio, pero no hay nada cálido en la forma en la que lo hace.
— Ya tengo compañera de cuarto —me sobresalta la hostilidad con la que me habla.
Sé que lo merezco. Sé que fui la peor de las amigas, pero jamás imaginé que Dinah podría comportarse de ese modo. No concuerda con el recuerdo de la chica en mi cabeza.
—No estoy aquí por eso —digo, herida.
— ¿Entonces? —Ladea su cabeza ligeramente antes de escupir—: ¿Vienes a ver si es cierto?, ¿o vienes porque te remordió la conciencia el no haber estado aquí cuando te necesitaba?
Mi ceño se frunce.
— ¿Venir a ver qué? —Digo—, Dinah, no…
Una risa brota de su garganta, pero veo cómo sus ojos se llenan de lágrimas.
— ¡Ni siquiera leíste mis malditos correos! —Ríe—, ¡eres tan egoísta que ni siquiera pudiste leer lo que tenía que decirte!
Aprieto la mandíbula con fuerza.
—Dinah…
— ¡Te consideraba mi amiga! —su mirada se clava en la mía. Hay ira cruda en su expresión. Las lágrimas se deslizan por sus mejillas, pero ni siquiera se molesta en limpiarlas—. Te necesitaba, Camila. Te necesitaba como nunca necesité a nadie. ¡No sabía a quién demonios recurrir!...
—Dinah, ¿qué sucedió? —Suplico—, dime…
— ¡Si quieres saberlo lee los malditos correos! —Espeta—, ¡terminé contigo hace mucho tiempo, Camila!, ¡no quiero volverte a ver en mi vida!