-Lauren-
El sabor de mi sangre inunda mi boca y escupo en el lavamanos que se encuentra frente a mí. Mi pómulo arde y mis nudillos duelen; sin embargo, me obligo a no hacerlo notar.
El oficial afuera del baño, no deja de hablar. No le pongo mucha atención, ya que sé qué es lo que está diciendo.
Es la tercera pelea en la que me meto en lo que va de la semana. Al parecer, las personas aquí son muy conflictivas y al parecer ya se enteraron por un oficial que soy boxeadora. Aquí sólo basta hacer un comentario sarcástico para que se abalancen sobre ti y traten de golpearte en la cara.
Los oficiales están sobre mí todo el maldito tiempo. Alegan que soy yo quien inicia las peleas y que, si continúo haciéndolo, van a encargarse de que repercuta en mi proceso legal. Al parecer, no soy una persona agradable a sus ojos, y se la viven buscando un pretexto para amenazarme, me ven como una chica rica que se mete en problema y que espera a que sus papás vengan a solucionar todo con dinero. ¿Honestamente?, no me interesa. No me importa absolutamente nada de lo que hagan o piensen esas personas sobre mi. Ahora mismo no tengo cabeza para nada. Ahora mismo lo único que puedo pensar es en Camila y mi hijo.
No hay un maldito minuto del día en el que no piense en ella. La angustia es paralizante, y no saber qué sucede con su salud, me vuelve loca; hace que todo dentro de mí se convierta en un horrible martirio.
Ahora mismo, no me importaría hacer un pacto con el mismísimo diablo para que mantenga a Camila y a mi bebé a salvo a cambio de mi libertad. A cambio de mi vida…
Termino de lavarme la cara y avanzo hacia la entrada de los baños. El guardia me empuja con brusquedad para que apresure el paso, pero yo lo aminoro deliberadamente. Quiero ver hasta donde es capaz de llegar este bastardo autoritario.
—Date prisa —escupe—. Tu hermano y tu abogada te esperan, y no pienso darte más tiempo del necesario para atenderlos.
Mis dientes se aprietan, pero me trago todo el coraje y la frustración mientras avanzo con un poco más de velocidad. Sé que voy a tener que lamerle las botas para que me permita unos minutos más con Chris y la licenciada que se encargará de mi caso.
Avanzo por los estrechos pasillos lo más rápido que el guardia me permite, y nos detenemos justo frente al enrejado que separa la sala de visitas del interior del recinto policíaco.
Sin decir una palabra, teclea un código de acceso y pasa una tarjeta de identificación. Dos segundos después, el metal chirria y la puerta se abre. Otro oficial me espera del otro lado, listo para esposar mis manos; así que estiro las muñecas en su dirección para hacerle el trabajo más fácil.
Soy escoltada hasta el final de la habitación, donde mi hermano y una mujer enfundada en un saco de vestir me esperan. Me dejo caer en la silla frente a ellos, y el oficial mira a mis visitas con expresión en blanco, antes de decir—: Treinta minutos —luego se dirige a mí—. Quiero tus manos sobre la mesa. Donde pueda verlas.
Una sonrisa irritada se dibuja en mis labios. Quiero estrellar mi puño en su cara, pero me limito a obedecer la orden sin decir una sola palabra.
—Gracias, oficial —el tono amable de la mujer junto a mi hermano, me hace querer gritar de la frustración. Ésta gente no merece ni un mísero gramo de amabilidad. Son los seres más déspotas que he llegado a conocer, y no merecen ni siquiera un maldito “buenos días”.
Finalmente, el tipo de uniforme asiente con rigidez y se aparta de la mesa para darnos un poco de privacidad.
La mujer posa su atención en mí, y extiende su mano en mi dirección.