Capítulo 8 | Camila

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-Camila-

—Disculpa, ¿te molesto con mi cuenta? —la voz ronca y familiar a mis espaldas me hace girar rápidamente sobre mis talones.

Mi boca se abre para responder y se cierra de golpe. Unos ojos oscuros me miran con curiosidad y diversión; y los labios rosados del chico frente a mí esbozan una sonrisa ligera.

— ¿Camila?...

— ¡Dios mío!, ¡Chris! —exclamo en reconocimiento. Chris Jauregui está aquí, en el restaurante donde trabajo.

— ¡Qué sorpresa verte, Camila! —dice, y su sonrisa se amplía—. Lo último que supe de ti fue que volviste a Los Ángeles.

Siento cómo la vergüenza se filtra en mi sistema, pero me obligo a sonreír con timidez y decir—: Sólo fue algo temporal. Un semestre sabático.

— ¡Vaya! —Exclama—, me da mucho gusto que hayas decidido retomar la escuela y que, además, estés trabajando.

—La renta no va a pagarse sola —bromeo. Una risita suave brota de sus labios y nos quedamos en silencio antes de que me arme de valor, y hable de nuevo—: Me imagino que has venido a ver a Lauren.

Me arrepiento en el momento en el que las palabras abandonan mis labios. Su sonrisa vacila y su mirada se torna triste. Soy capaz de notar cómo su mandíbula se aprieta, pero asiente.

—Imaginas bien —dice, pero suena completamente derrotado.

No es difícil para mí darme cuenta de que es probable que hayan discutido. Me aclaro la garganta y trato de cambiar de tema—: ¿Qué fue lo que ordenaste?

Parece agradecer el desvío en la conversación, ya que se relaja un poco.

—Un baguette de pavo con aderezo de jalapeño y un expresso.

Tecleo en la máquina registradora con mi mano sana.

— ¿Qué te pasó en la mano?

Mis dedos se detienen un instante antes de continuar introduciendo los códigos de la comida que ordenó. No se siente correcto decirle que un chico me atacó y que Lauren me defendió.

—Me caí —no lo miro cuando hablo—. Son ocho dólares con sesenta y tres centavos.

Extiende un billete de diez en mi dirección, y lo tomo antes de abrir la caja e imprimir el recibo.  Le entrego el cambio antes de dedicarle una sonrisa.

—Me dio mucho gusto verte, Camila —dice.

—A mí también me dio gusto verte.

Se gira sobre sus talones para echarse a andar, pero se detiene y se vuelca hacia mí con brusquedad.

— ¿Tienes tiempo para hablar? —urge.

— ¿A-Ahora mismo? —tartamudeo. No sé qué es lo que desea hablar conmigo, pero sé que se trata de Lauren. No estoy segura de querer hablar sobre ella en éste momento.

— ¿Falta mucho para que termine tu turno?

Balbuceo algo que ni siquiera yo puedo entender mientras rebusco en el bolsillo de mis vaqueros por mi teléfono. Me quedan veinte minutos de turno. Si estuviera atendiendo mesas, saldría un poco más tarde.

—En veinte minutos estoy libre —hago una mueca. Una parte de mí desea que tenga algo que urgente que hacer, pero asiente.

—De acuerdo. Esperaré entonces. Tomaré otra taza de café.

Antes de que pueda replicar, se aleja para sentarse en una de las mesas vacías.




Una vez terminado mi turno, me apresuro a la parte trasera del establecimiento para quitarme el uniforme, el cual consiste en una horrible camisa blanca de botones y un delantal rojo. Trabajo en un pequeño restaurante a quince minutos del campus en carro. Traté de pedir trabajo en una cafetería que se inauguró hace poco a pocas calles de la universidad, pero ya no estaban solicitando gente cuando fui a investigar.

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