-Lauren-
— ¿Quieres ir a mi departamento? —no puedo dejar de besarla, así que hablo entre besos.
Camila se aparta para mirarme a los ojos. La diversión baila en su expresión, pero reprime una sonrisa.
— ¿Invitas a las chicas a tu departamento en la primera cita? —alza las cejas con incredulidad.
—Más o menos —hago una mueca y ella me golpea el hombro con suavidad. No puedo evitar reír.
—Idiota —masculla. Trata de soltarse de mi agarre, pero la sostengo con firmeza contra mi cuerpo.
—Oh, vamos —me quejo, pero no dejo de reír—. Sabes que sólo bromeo.
—No voy a ir a tu departamento —dice, rotundamente—. No soy una cualquiera.
Todo el humor se fuga de mi cuerpo en el momento en el que pronuncia esas últimas palabras. Mi ceño se frunce en preocupación y la miro directo a los ojos.
—No estoy insinuando que lo seas —quiero que le quede claro que no espero que deje que me escabulla en sus bragas a la primera de cambios. Sé que ella no es esa clase de chica.
El entendimiento golpea sus facciones y se apresura a decir—: ¡oh, no!, ¡mierda!, ¡no quise decir que tú estuvieras insinuando eso!, ¡yo…!
Planto mis labios contra los suyos para detener el flujo precipitado de sus palabras. Un gemido sorprendido brota de su garganta y envuelvo mis brazos alrededor de su cintura para levantarla del suelo.
Toda la tensión se ha ido. Ríe contra mi boca, y doy un paso hacia atrás cuando se balancea con aire juguetón. No puedo dejar de reír con ella. El estacionamiento del lugar está casi vacío y puedo jurar que lucimos como dos idiotas dementes, pero no puede importarme menos.
De pronto, un dolor punzante me asalta. La bajo con brusquedad y recargo mi peso en la estructura metálica del coche. Ella está atrapada entre el auto y mi cuerpo, pero no puedo moverme. El dolor sordo en mi cadera hace que mi vista pierda el enfoque. Me doblo hacia adelante, y aprieto los dientes. Soy vagamente consciente de que Camila está horriblemente angustiada. Trata de hacer que la mire a los ojos, pero no quiero… no puedo dejar que me vea así. No puedo permitir que me vea así de vulnerable.
Inhalo y exhalo lo más lento que puedo, pero el dolor no disminuye. Camila, me mueve de mi lugar y hace que mi espalda quede recargada en la puerta trasera del coche. Hurga en los bolsillos de mi chaqueta para sacar las llaves y abrir las puertas con el pequeño control de la alarma.
La puerta del piloto es abierta, y Camila me ayuda a acomodarme en el cuero del asiento. Estiro mi cuerpo lo más que puedo. El alivio es casi inmediato, pero la humillación y la vergüenza me invaden por completo.
Mis ojos están cerrados con fuerza mientras espero que el dolor disminuya un poco más. Cuando me atrevo a enfrentarme a ella, está acuclillada junto a mí. La preocupación tiñe sus facciones, pero no dice nada. Espera a que yo rompa el hielo.
—Estoy bien —trato de sonreír, pero estoy segura de que mi expresión es más una mueca adolorida que una sonrisa.
Temo que pregunte algo o que quiera ir a buscar un médico. Sin embargo, no lo hace. No menciona absolutamente nada acerca de hospitales, medicamentos o reposo absoluto.
En su lugar, trepa al auto y lucha por acomodarse a horcajadas sobre mis piernas. Los torpes movimientos hacen que un poco de tensión se libere de mi cuerpo. Una vez acomodada, cierra la puerta y se inclina hacia mí. Sus dedos acarician mi rostro antes de que sus labios se planten sobre los míos con fuerza.