Capítulo 23 | Lauren

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-Lauren-



Cuando inicié con la
terapia, la doctora Graham y yo trabajamos en unos ejercicios de control de ira. No funcionó ninguno… al menos, no hasta que encontré el indicado para mí.

El freno de mis impulsos durante los últimos meses, ha sido imaginar en mi cabeza las voces de las mujeres más importantes en mi vida: Mi mamá, Taylor y Camila. Trato de imaginarlas pidiéndome que me detenga, y siempre ha funcionado... excepto ahora. Es como si las voces no pudiesen llegar a mí. Es como si estuviese escuchándolas a través de un túnel.

Me temo que no voy a poder detenerme. No cuando el jodido hijo de puta que destrozó el vidrio delantero de mi coche, mira a Camila de una manera depravada.

Ni siquiera soy capaz de procesar mis propias acciones. Cuando me doy cuenta, ya lo tengo contra mi coche. Mis manos aferran su camisa en puños, y mi cara está a pocos centímetros de la suya; sin embargo, no luce ni un poco intimidado.

— ¡Lauren! —la voz de Camila suena a mis espaldas y eso me frena de estampar mi puño en la cara del imbécil.

Todo mi cuerpo zumba por la adrenalina, mi corazón late con furia contra mis costillas, mis nudillos duelen y mi respiración es superficial.

—Si te acercas a ella, te juro que te mato —siseo. Me aterroriza la verdad que tiñe el tono de mi voz. Me aterroriza la promesa implicada en mis palabras.

Una risa carente de humor lo asalta y escupe—: No tienes las agallas.

Eso es todo lo que necesito. La ira que se mantenía a un nivel controlable, hierve en mi sistema. Hijo de puta…

Sin previo aviso, suelto mi agarre, tomo impulso y estrello mi puño en su rostro. Ni siquiera me molesto en medir la fuerza del impacto. Necesito que le quede claro que no puede acercarse a Camila.

El grito ahogado a mis espaldas, hace que contenga las ganas que tengo de atestar una patada en el estómago del imbécil tirado en el suelo.

Mi mano duele debido a la fuerza de mi puñetazo, pero me importa una mierda. El idiota cruzó la línea.

— ¡Lauren, por favor, vámonos! —Camila tira de mi brazo, pero no estoy lista para detenerme.

“¡Necesitas calmarte!, ¡necesitas detenerte ahora mismo!” grita una voz en mi cabeza.

Toma toda mi fuerza de voluntad apartarme. A decir verdad, es gracias al agarre de Camila que estoy alejándome.

Me toma unos segundos registrar que está a punto de abrir la puerta del copiloto del auto. Soy consciente de lo mucho que desea marcharse de inmediato, pero no puedo mover el vehículo. No si quiero que el seguro corra con todos los gastos.

—No podemos irnos en él—digo. Mi voz Suena más dura de lo que pretendo—. Si quiero que el seguro cubra los gastos, no puede ser movido para nada.

Noto cómo aprieta la mandíbula, pero no dice nada. Se limita a tirar de mí en dirección a la calle. Tengo la sospecha de que, por primera vez en mucho tiempo, voy a subirme a un autobús. Irnos es lo mejor que podemos hacer. No confío en mi autocontrol en éste momento.

Nos hemos alejado lo suficiente como para que Camila se relaje, pero la calma es interrumpida por el sonido de un cristal estellándose. Un estremecimiento de pura ira recorre mi espina dorsal, y me giro para mirar qué mierda ha hecho ése hijo de puta ahora.

Su rostro está rojo debido a la ira, lleva una piedra en la mano y acaba de estrellar el cristal del lado del piloto de mi carro. Ahora se dirige al lado del copiloto.

SálvameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora