X

13.6K 2.5K 122
                                    


Probablemente Alexander estaba acostumbrado a no recibir nunca una negativa por respuesta, más que habituado a que cualquier mujer con la que tuviera intenciones de llevarla a su habitación accedería encantada, incluso mi propia prima parecía disp...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Probablemente Alexander estaba acostumbrado a no recibir nunca una negativa por respuesta, más que habituado a que cualquier mujer con la que tuviera intenciones de llevarla a su habitación accedería encantada, incluso mi propia prima parecía dispuesta a pesar de estar casada.

En mi país se podía considerar traición si una mujer engañaba a su marido, incluso podría ser repudiada y quedarse sin nada, sin ningún tipo de derecho o asilo, pero eso no parecía importarle a Amina, al menos por su forma de mirar al que sería oficialmente mi marido en unas horas. Eso me llevaba a pensar en la posibilidad de que Alexander pudiera repudiarme si conocía a otro hombre.

No. Él no es árabe. Él no se rige por nuestras costumbres y además nuestro matrimonio no sería consumado, por tanto no le estaría realmente traicionando.

«O quizá es lo que quieres creer Azhar» replicó mi conciencia.

Lo deseché. Ya no había vuelta atrás, aquel matrimonio debía realizarse según lo planeado y conveniente para todos. ¿Cuántos matrimonios se celebraban por simple conveniencia en mi país? Muchos. De hecho volviendo a mi prima Amina estaba casada porque su padre había establecido el matrimonio sin su consentimiento.

No me habían educado así. Según mi madre ella jamás me obligaría a casarme con alguien a quien yo no quisiera o me resultara desagradable. Tendría libre elección a la hora de elegir a mi marido y precisamente por eso ni me habían planteado la posibilidad de lo conveniente que sería para todos casarme con Alexander D'Angelo.

Pero una cosa era la imposición u obligación y otra el deber. Aunque no lo quisiera y pudiera desentenderme completamente, mi conciencia no podría asimilar el hecho de que estaba en mis manos la solución a ese gran problema. Era consciente de a qué estaba renunciando y aún así mi elección había sido la de aceptarlo. Después de todo, Alexander no parecía desagradable en absoluto y su humor incluso resultaba refrescante si lo comparaba con la seriedad del califato al que estaba acostumbrada. Además, me daría la oportunidad de vivir en Europa, de regirme bajo sus costumbres mucho más liberales y de estudiar lo que quisiera. No tendría la presión de mi padre o hermanos vigilando mis pasos, él me daría la ansiada libertad que anhelaba y a pesar de que no tendría el matrimonio idílico que siempre soñé, ganaría otras muchas cosas que lo compensaban.

—Querida, por mi experiencia te diré que soy el tipo de todas —susurró acercándose a mi oído—. Solo necesito cinco minutos a solas contigo y cambiarías de opinión —agregó en voz aún más baja y sentí el calor de su aliento en mi oído.

«Definitivamente Alexander D'Angelo es un hombre muy seguro de sí mismo»

—No estás muy acostumbrado a que te digan que no, ¿Cierto? —exclamé asombrada.

¿Es que ni una sola mujer le había rechazado?, ¿Jamás se había encontrado una negativa por respuesta? Vale que no fueran muchas, pero ¿Ninguna?, ¿Tan irresistible resultaba para las mujeres?

Objetivamente admitía que era guapo, muy guapo, pero había más cosas aparte de la belleza.

—Por norma general siempre consigo lo que quiero —admitió y comprendí que efectivamente ninguna mujer se le resistía a Alexander D'Angelo.

«Pues bien, yo sería la primera»

—Pues es una suerte que a mi no me quieras —sonreí pícaramente haciendo alusión a nuestro acuerdo.

Sinceramente no me había parado a pensar si para Alexander podía resultar atractiva o no, si podría encajar en el canon de belleza al que él se limitaba. Tanto si la respuesta era afirmativa como si no, lo cierto es que no importaba porque él jamás entraría en mi cama.

—Touché —dijo fingiendo conmoción como si le hubiera dado una puñalada por la espalda y allí se acabó nuestra conversación.

Durante el resto de la noche me cambié dos veces de vestuario hasta que alrededor de las tres de la mañana se terminó la velada. Apenas podría dormir unas cuantas horas puesto que la ceremonia se celebraría poco antes de las doce, así que a pesar de querer estar tranquila mientras la oscuridad invadía mi habitación pensando que al día siguiente sería una mujer casada, no podía dejar de dar vueltas en la cama inquieta.

¿Por qué estaba nerviosa?

No me esperaba nada nuevo al día siguiente más que un acto oficial como otro cualquiera que en nada me repercutiría a nivel personal. No esperaba una noche de bodas de la que no sabía a qué atenerme o si disfrutaría, dolería o sería mágica como contaban los libros y películas.

Tampoco me esperaba una luna de miel de ensueño donde estaría todo el día en los brazos de un hombre al que amaba deseando que jamás terminase aquel viaje y fuera eterno.

¿Entonces porqué no podía dormir?, ¿Por qué no era capaz de conciliar el sueño de una maldita vez?

¿Tal vez un resquicio de mi mente, uno muy profundo y oculto pensaba que existía una posibilidad de que por alguna razón mágica todo fuera diferente?

No.

Desde luego que no.

Deseché aquel pensamiento por completo puesto que aferrarme a una idea tan inverosímil solo me haría daño.

Alexander no era alguien que se enamorase de una mujer por más que fuera su esposa y menos aún le sería fiel o la trataría como mi padre hacía con mi madre. Él había dejado muy claro que era un alma libre para estar con quien deseara y que de hecho jamás repetía con la misma mujer precisamente para no tener ese tipo de problemas sentimentales.

Era absurdo pensar que podría enamorarse y menos aun de mi. Además, él no era el tipo de hombre que yo quería, Alexander era engreído, egoísta y solo pensaba en él mismo por encima de todo sin importarle nada más, quizá fuese un buen compañero con el que pasar un rato agradable y divertido, pero nunca sería el tipo de hombre del que yo me enamoraría.

Con esa certeza volví a mi cama, siendo consciente que aquella sería la última noche que dormiría allí, o al menos sola.

¡Dios mío!, ¡Tendría que dormir en la misma cama que Alexander cuando viniéramos de visita!

La idea de estar en la misma cama que aquel hombre me abrumaba. Nunca había dormido con un hombre, ni tan siquiera con mis hermanos ahora que lo pensaba, ¿Cómo iba a hacerlo con un completo desconocido?

 Nunca había dormido con un hombre, ni tan siquiera con mis hermanos ahora que lo pensaba, ¿Cómo iba a hacerlo con un completo desconocido?

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
La Esencia de AzharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora