XLVI

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Mis manos temblaban cuando saqué aquel test de embarazo de la caja, de hecho había comprado dos porque quería estar segura del resultado tanto si era negativo como positivo

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Mis manos temblaban cuando saqué aquel test de embarazo de la caja, de hecho había comprado dos porque quería estar segura del resultado tanto si era negativo como positivo.

Positivo

Me aterraba e ilusionaba en ambos sentidos aquella palabra.

Yo misma había ido a comprarlos porque no deseaba que absolutamente nadie más lo supiera, de hecho había pedido al chofer que me dejara en un centro comercial donde sabía que tenían farmacia e hice algunas compras rápidas de prendas sueltas para no levantar ninguna sospecha.

Seguí las instrucciones y dejé aquel chisme sobre la encimera de mármol del lavabo de mi habitación viendo como el dibujo de un reloj iluminaba la pantalla.

La dependienta de la farmacia me dijo que eran los test más fiables del mercado y los más fáciles de interpretar porque eran digitales, así que esperaba que estuviera en lo cierto.

Los segundos se me hacían eternos y sabía que podía tardar uno o dos minutos según el prospecto. Empecé a dar vueltas, me froté las manos, me miré al espero como si pudiera ver algo diferente que me indicara un resultado antes que aquel test de embarazo. No vi nada, no había sentido nada y lo más probable es que solo fuera un simple retraso. Si, empezaba a estar plenamente convencida de que todo era debido a un estrés postraumático y de pronto la minúscula pantalla del test cambió por texto.

«Embarazada 1-2 semanas»

Me quedé en shock y ni siquiera supe cuanto tardé en reaccionar, pero cuando lo hice noté que estaba llorando y esta vez de felicidad.

Estaba embarazada, ¡Realmente lo estaba! Y no pensé en que aquello me libraría del matrimonio, ni en que lo había deseado para rehacer mi vida, ni en que no sería necesario regresar a Inglaterra.

No.

Lo único en lo que pensé era que a pesar de todo, él había sido fruto del amor, al menos del que yo sentía por su padre.

Salí del baño y cogí el teléfono que había dejado sobre la cómoda de mi habitación. Hice una foto al test, quizá debería hacerme un segundo test para re-confirmar pero según la mujer de la farmacia no habría duda alguna si era positivo, aunque no descartaba volver a hacerlo en unos días por si aún no asimilaba la noticia.

Aquel sería el primer mensaje que le enviaba a Alexander y probablemente el único, pero una imagen vale más que mil palabras.

«He decidido quedarme en Dubái, no regresaré a Londres. Espero noticias de tu abogado en nueve meses» puse en el pie de foto adjuntando la imagen y le di a enviar.

Dejé el teléfono en el mismo lugar donde lo había dejado antes y me marché de la habitación para dar un paseo por los jardines de palacio. Ahora tenía mucho en lo que pensar puesto que no volvería a estar sola nunca más. ¿Sería un niño?, ¿Quizá una niña? Fuera como fuera lo amaría por igual aunque en el fondo de mi corazón anhelaba que tuviera los orbes azules encantadores de Alexander. Tal vez no tuviera su amor, pero si su recuerdo cada vez que mirase el rostro de mi hijo cuando naciera.

Tendría que decir a la familia la noticia, aunque aún era muy pronto, pero también debería admitir que las cosas entre Alexander y yo no funcionaban y admitir el fracaso de nuestro matrimonio sin que saliera a la luz la condición real en el que se basó desde un principio. No pensaba preocuparme por ello hasta pasadas unas cuantas semanas, además, teniendo en cuenta que Alexander lo ponía demasiado fácil con su ausencia, seria innegable creer que finalmente me había cansado de tener un marido inexistente.

Si Alexander respondió o no al mensaje aunque solo hubiera sido con un simple de acuerdo, no lo sabría hasta que regresara a mi habitación tras la cena. Había evitado desde esa misma mañana la tentación de mirarlo, quizá porque sabía que solo me decepcionaría su respuesta, contando con que hubiera una respuesta claro.

Todos estaban a la mesa menos mi hermano mayor Hassan que se encontraba de viaje, pero el resto de la familia permanecía en casa mientras se gastaban algunas bromas por parte de alguno de mis primos y hermanos a la vez que mi padre se reía tratando de que nadie se diera cuenta.

Uno de los sirvientes se acercó hasta papá para comunicarle algo en privado y vi que asentía mientras mamá se acercaba para preguntarle que ocurría, de pronto ella sonrió al responderle en voz tan baja que desde mi asiento era inapreciable.

Cuando vi el rostro de Alexander D'Angelo aparecer por las puertas del gran comedor sentí que desfallecía. Su vista se paseó por todos los comensales hasta llegar a mi y pude notar de nuevo el revuelo en mi estómago floreciendo, aquel ardor que solo él provocaba, de nuevo todas las emociones que sentía resurgieron, aunque en realidad jamás se habían apagado, porque por mucho que me quisiera negar hasta la saciedad, le amaba.

¿Qué hacía él allí?, ¡Que demonios estaba haciendo allí!

Su traje estaba arrugado, su cabello despeinado, cualquiera diría que que se había montado en el avión al salir del trabajo.

—¡Que sorpresa! —exclamó mamá—. ¡No sabíamos que venías!, ¡Azhar no nos ha dicho nada! —continuó y supe que lo hacía solo para aliviar la tensión en el ambiente, o al menos la que había entre él y yo.

Quizá mi madre no era tan ingenua como yo pensaba.

—Quise sorprenderla —contestó Alexander sonriente y me bus

—Siéntate muchacho, seguro que tienes hambre —intercedió mi padre disponiendo al personal para que añadieran a mi lado otro asiento.

—No me gustaría importunar, no imaginé que estaríais cenando —contestó Alexander.

—Eres de la familia, ¡Por supuesto que no vas a importunar a nadie! —le reprendió mamá.

Alexander se acercó hasta donde me encontraba y se inclinó para darme un beso en la mejilla, tan cerca de mis labios que sentí que me ruborizaba. Se sentó a mi lado y notaba como toda mi familia nos observaba disimuladamente a pesar de continuar la velada. Mi padre daba conversación a Alexander que contestaba educadamente al mismo tiempo que probaba todos los platos que le acercaban.

Y llegó el postre.

Por primera vez en mi vida de embarazada sentí unas nauseas horribles, tantas que salí corriendo poniéndome la mano en la boca o sabía que sería una fuente viviente expulsando todo lo que había ingerido previamente.

Ni siquiera sé como llegué a mi habitación sin vomitar en el camino, pero en el momento que el malestar se fue noté la toalla empapada y fresca que su mano me ofrecía.

Ni siquiera sé como llegué a mi habitación sin vomitar en el camino, pero en el momento que el malestar se fue noté la toalla empapada y fresca que su mano me ofrecía

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La Esencia de AzharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora