XIV

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¡Buenas mis bellas florecillas! Solo puedo deciros que.... ¡empiece la agonía de Alexander!

Era la primera vez en toda mi vida que me encontraba realmente sola en un lugar

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Era la primera vez en toda mi vida que me encontraba realmente sola en un lugar. No había servicio. No había empleados. No había guardia de seguridad. No estaba ningún miembro de mi familia merodeando. Ni las cuidadoras de la escuela privada a la que asistía.

Sola.

Sola por primera vez en dieciocho años de vida.

El silencio era aterrador y excitante al mismo tiempo.

Quería gritar y al mismo tiempo estaba apabullada ante aquella sensación nueva. ¿No era siempre lo que había deseado?

Tras dejar las maletas en la que había decidido que sería mi habitación fui consciente de que realmente tenía hambre. Ingenua de mi apenas había comido en el avión pensando que compartiríamos una agradable cena a la llegada, incluso creí que me llevaría a uno de sus restaurantes favoritos, incluso repetir en el que habíamos estado cuando acordamos pactar nuestro matrimonio, pero la realidad era distinta, así que bajé a la cocina con la esperanza de encontrar algo exquisito. Alexander había mencionado que podría pedir comida a domicilio, pero no se le había ocurrido darme la dirección antes de marcharse por lo que era impensable y tampoco tenía un juego de llaves para salir del apartamento y regresar cuando me diera la gana.

Genial. Él se marcha para pasar la noche por ahí con la primera que encuentre y a mi me deja encerrada en su jaula de oro.

No me enfadé. Lo cierto es que no me apetecía en absoluto salir, pero me estaba dando cuenta de lo descortés que llegaba a ser.

En el frigorífico solo había refrescos y alcohol, ¿Dónde se supone que estaba esa comida que le preparaba la asistenta?

Cerré la puerta y abrí el congelador. Botellas de licor y helado. ¿Es que me he casado con un borracho?

«No me lo puedo creer, voy a cenar helado» pensé cogiendo la tarrina.

No es que tuviera nada en contra del helado, al contrario, me encantaba, pero de postre y tenía hambre de comida.

Lo admito. Estoy acostumbrada a comer bien, a probar auténticos manjares culturales y a degustar explosiones mágicas de sabor. Me encanta. Me apasiona la comida y cenar un triste helado no era lo que tenía pensado para mi primera noche en Londres estando casada y menos aún pasarla sola, aunque eso me importaba menos.

Rebusqué con los armarios y solo descubrí condimentos, atún en lata, pepinillos y maíz.

¿Qué ofrecía este tío a alguien si venía a casa? Evidentemente licor a sus invitadas... dudaba que tuviera otro tipo de visita.

Cerré de mala manera, pero no escuché el golpe porque los muebles llevaban amortiguadores, hasta esa satisfacción me era robada, así que con una cuchara sopera y la tarrina de helado me dirigí hacia el sofá del salón con toda la intención de ver la televisión. Tenía toda la noche por delante para mi, así que elegí un canal cualquiera y mientras ahogaba mis penas entre vainilla y nueces de madacadamia.

La Esencia de AzharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora