XXXVII

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Las dos semanas que estuvimos de luna de miel en el yate de papá se volatilizaron y con ellas, sentí que la magia que había envuelto aquellos días se quedarían en ese lugar de forma permanente

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Las dos semanas que estuvimos de luna de miel en el yate de papá se volatilizaron y con ellas, sentí que la magia que había envuelto aquellos días se quedarían en ese lugar de forma permanente.

Alexander le dio las gracias a nuestro conserje cuando dejó las maletas en la entrada del apartamento, casi me parecía surrealista estar de regreso en aquel lugar después de todo lo que había ocurrido entre nosotros, de esa cercanía, de como él me había hecho el amor apasionadamente cada noche, logrando excitarme hasta límites insospechados que jamás creía que existirían.

Supuse que todo había terminado, que transcurrido ese tiempo esperaríamos para saber si aquellas noches y también días de pasión habrían dado su fruto y realmente estaría esperando un hijo de ambos.

¡Dios mío! Siendo realista en lo que menos había pensado era precisamente en quedarme embarazada cada vez que Alexander tocaba mi piel con sus dedos.

—Tengo que hacer un par de llamadas de trabajo —mencionó en cuanto John se marchó con una buena propina.

—Me daré una ducha e iré deshaciendo el equipaje —comenté con la idea de no molestarle.

Durante unos segundos dudé de donde debería dormir a partir de esa noche. Esas dos semanas habíamos estado compartiendo la misma habitación, el mismo baño, la misma cama... ¿Volvería a ser todo como antes?, ¿Regresaría el Alexander ausente y distante de nuevo?

Probablemente pronto lo descubriría.

Entré con uno de los macutos en la que había sido hasta ahora mi habitación en aquella casa y lo dejé sobre uno de los sillones. No tenía intención de deshacerlo de inmediato, pero lo cierto es que la mayoría de su contenido se iría directamente hacia el cesto de la colada, así que tampoco me llevaría demasiado tiempo.

Comencé a desvestirme, las colas del aeropuerto y el tiempo de espera en el aeropuerto eran lo suficientemente largas para sentirme extasiada y cansada, así que solo me apetecía sentir el agua relajando mis músculos y tumbarme sobre el sofá a ver lo que fuera que por la tele echaran hasta sentir que mis párpados se adormecieran.

Sentía como el candor del agua caliente caía sobre mis hombros cuando el roce en mi cadera me asustó provocando que diera un salto e inesperadamente vi a Alexander sonriéndome como si con ese gesto pretendiera calmar mi desasosiego.

—Creo que yo también necesito esa ducha —dijo con la intención de besar mi cuello.

No había vuelto a besarme y yo tampoco había rozado sus labios, en todo ese tiempo se había mantenido fiel a su palabra, pero ahora sentía que era yo la que los necesitaba.

Tal vez fuera el hecho de creer que todo se habría terminado, de que Alexander volvería a sus andadas, de que para él todo lo sucedido no habría significado nada, pero fuera lo que fuera, sentía que si no besaba sus labios algo en mi se moriría.

Mi espalda rozaba su pecho, podía sentir su deseo en mis nalgas, rozándome constantemente para provocar en mi la lujuria que lograba el simple roce de sus dedos. Giré mi rostro, busqué sus labios y cuando los rocé pude notar su sorpresa, pero duro un segundo, lo suficiente para sentir como se apoderaba de mi boca logrando que gimiera ante tal derroche de deseo.

El tiempo se detuvo, Alexander parecía saborear cada recóndito lugar de mi boca, entrelazando su lengua con la mía en un sensual baile cuyo ritmo marcaba solo él y del cual yo me rendía por completo.

Mi cuerpo se acopló al suyo mientras el agua caía, nada más importaba, absolutamente nada que no fuéramos él y yo en aquel instante.

Pasión. Lujuria, el más puro deseo carnal como jamás había vivido y como seguramente no viviría.

Lo sabía.

Me lo había negado constantemente.

Me había decidido a creer que solo era fruto de la pasión que él ejercía.

Me había convencido a mi misma de que solo se trataba de placer y que estos anulaban mis sentidos.

Pero era innegable.

Estaba enamorada de mi propio marido, del Alexander que me hacía suya con aquella pasión inconcebible, del que yo misma había ideado aquel plan para alejarme.

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La Esencia de AzharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora