XLV

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Estar de nuevo en mi hogar, en la habitación que había tenido desde mi infancia, rodeada por la gente que me amaba y agasajaba cada día para que me recuperase lo antes posible hizo que sintiera que aquellos meses alejada de allí parecieran un sueño

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Estar de nuevo en mi hogar, en la habitación que había tenido desde mi infancia, rodeada por la gente que me amaba y agasajaba cada día para que me recuperase lo antes posible hizo que sintiera que aquellos meses alejada de allí parecieran un sueño. Casi se me hacía impensable pensar en lo ocurrido, cuando estaba maniatada en el suelo del apartamento de Alex con Magnus tratando de arrancarme el vestido para tratar de violarme, creí que nunca volvería a ser la misma, que quedaría marcada para siempre o probablemente moriría y jamás volvería a ver mi hogar, mi gente, mi entorno, el país y la familia por la que yo misma había decidido sacrificarme entregándome a ese falso matrimonio. No me arrepentía de mi decisión, volvería a hacerlo sin dudarlo, pero quizá estar al borde de la muerte me había hecho replantear demasiadas cosas, entre ellas que era lo más importante para mi, y, por encima de todo estaba mi felicidad.

Llevaba casi dos semanas en Dubái y mi madre hacía tantos planes para distraerme que casi resultaba agotador, pero lo agradecía, el entretenimiento conseguía que no pensara tanto en Alexander como lo haría si permanecía sola en mi habitación, algo que ocurría cada noche.

No había tenido noticias suyas desde que me fui de Londres. Ninguna llamada, ningún mensaje. Ninguna carta o nota, aunque sinceramente... si no tenía tiempo de coger el teléfono para llamarme, menos aún lo tendría para sentarse a escribir.

Mi teléfono comenzó a sonar y era un numero que no tenía registrado, aunque había perdido unos cuantos al no recuperar mi terminal, pero al menos conservaba el mismo número que antes e incluso había podido hablar con mis compañeros de clase. A esas alturas dudaba regresar para retomar el curso escolar, quizá lo hiciera en el próximo año o quizá me decidiera por estudiar en mi propio país a pesar de que siempre había deseado hacerlo en Inglaterra, no tenía nada claro aún y sabía que la razón era la misma de siempre, Alexander.

Convivir en el mismo lugar que él, la misma ciudad donde estaría él, sabiendo que podría encontrármelo cualquier noche en un bar tratando de conquistar a una mujer hacían que la idea de regresar se desvaneciera por completo.

Le di a responder pensando que podría tratarse de algo referente a la escuela, aunque sabían el motivo de mi ausencia más que justificada. La voz de una chica joven irrumpió en mis oídos a través del teléfono, su tono era suave y armonioso, de hecho la reconocí de inmediato, pero hasta que no mencionó su nombre y el lugar de donde llamaba no reconocí que había hablado con ella tres semanas atrás.

—Tenía cita en nuestra clínica hace dos semanas para una primera visita e inspección médica, nos gustaría saber si aún sigue interesada en nuestro método de fecundación o si por el contrario ya no lo necesita —puntualizó la joven que creí haber escuchado llamarse Esther.

—Lo lamento, tuve un accidente y me fue imposible comunicarme para posponer la cita, lo cierto es que no sé cuándo podré volver a... —y en ese momento me quedé en blanco.

—¡Oh, lo lamento! —exclamó apenada—. Si es así puedo programarle una siguiente cita cuando prevea que estará disponible o si lo prefiere puedo apuntar en la agenda volver a llamarla en una o dos semanas y programar de nuevo su primera inspección médica. ¿Qué le parece?

Sentí el silencio en el teléfono y reaccioné.

—Si. Si —dije sin saber exactamente qué estaba afirmando.

—¿Si programamos una próxima cita o si a que la vuelva a llamar en unos días? —preguntó con tanta paciencia que imaginé que debía estar acostumbrada a lidiar con gente que parecía estúpida al otro lado del teléfono.

—Llámeme en unos días, estoy fuera de la ciudad y así podremos establecer una siguiente cita —respondí solo por acabar aquella llamada rápidamente.

En realidad preferiría llamar yo cuando estuviera segura de todo, pero en aquel instante mi cerebro no estaba por la labor de reaccionar, sino que pensaba a marchas forzadas tratando de contar los días que llevaba de retraso en mi ciclo normal.

Yo solía ser puntual, bastante puntual de hecho y lo más probable es que aquel retraso de solo unos días o más bien algo más de una semana se debiera a los calmantes que tuve que tomar al principio o quizá al estrés postraumático de mi ataque, que en cualquier circunstancia sería absolutamente normal, pero... ¿Y si estaba embarazada de verdad?, ¿Y si mis última noche con Álex fue fructífera?

Oh Dios mío

No podía esperar. ¡Por supuesto que no podía esperar para saberlo!

 ¡Por supuesto que no podía esperar para saberlo!

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La Esencia de AzharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora