Capítulo 9

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No

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No.

No, no puede ser.

¡Maldición!

—¿Hola?— Jack golpea la puerta otras dos veces.— Med, te escuché gritar.

El desastre de fotos me deja en evidencia, muchas de éstas podría haberlas tomado yo y eso es lo que pensará Jack al entrar. Las cosas no están del todo bien entre nosotros para añadir otra línea más a la lista sucesos que me han presentado como una loca. El pánico me inunda, la parte racional de mi cerebro acapara mi reacción.

—¡Ah! Sí... dame un segundo, me asustaste.

Mi voz temblorosa y aguda me delata. Casi puedo observar sus pies inquietos bajo la abertura de la puerta.

—¿Ocurre algo? Suenas extraña.

Suelto la taza en la mesa del comedor y corro a la cocina por bolsas grandes. Trato de no hacer ruido con los cajones y los utensilios que remuevo para encontrar el paquete de plástico. La adrenalina se me dispara, al ubicar el contenedor, regreso a la sala con grandes zancadas.

—¡Tranquilo!— me río, nerviosa y comienzo a tirar el montón de papel en la bolsa, invento una excusa.— Acababa de bañarme, has llegado en mal momento.

Meto las fotos con una agilidad impresionante, tardo unos segundos en despejar la mesita y ahora voy por las que se extienden en el piso. Mis rodillas arden por la fricción en la madera mientras gateo.

—oh, lo siento... yo...

Choco contra la esquina del mueble, ahogo un quejido de dolor.

—Espera, ya te abro, es que no recuerdo donde puse mis llaves.

Su risa ronca se escucha del otro lado de la madera.

—Ya somos dos.

Me apresuro a contener las imágenes hasta que la bolsa no resiste, así que las coloco en una pila y las oculto bajo el sofá grande. Me aseguro de incorporarme con mi cámara y la fotografía rayada con rotulador para guardarlas en mi habitación entre las almohadas. Troto de vuelta, me limpio las rodillas y las palmas, me desplazo a la puerta intentando regular mi respiración.

—Buenos días, amargada.

Saluda, yo me apoyo de la madera con cansancio y una mueca normal.

—Buenos días, azulejo.— lo repaso con los ojos, él hace lo mismo.— Creí que llegarías un poco después.

Viste una camiseta blanca, las mangas muestran sus brazos trabajados; jeans negros y sus usuales botas. Su cara está rasurada, sus ojos tienen ese brillo encantador de siempre. De su hombro cuelga una mochila.

—Ya es tarde, en realidad.

Su vista me repasa por segunda ocasión, frunce los labios, su expresión se torna seria. Caigo en cuenta de que sigo usando solo una camisa enorme y que mis piernas están desnudas. Me ruborizo, aunque no parece notarlo, mi rostro debe estar rojo por el agite de antes.

Med: Acosador Donde viven las historias. Descúbrelo ahora