Capítulo 32

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El hombre sombrío es Dante

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El hombre sombrío es Dante.

Me tapo la boca con la mano e intento minimizar mi respiración, miro hacia abajo y repaso el plan por segunda vez. Los intrusos revisan el departamento con esmero y yo pienso en mi siguiente movimiento. Estoy agachada bajo el marco de la ventana en la escalera de incendios; todos los edificios como éste tienen una. Sostengo el cuchillo con tanta fuerza que mis nudillos se tornan blancos.

Mi corazón bombea desesperado.

Replanteo cada uno de los momentos que tuve con él desde que lo conocí. Me dejé engatusar por su personalidad, por cómo me trataba, por cómo me hacía sentir. Me estaba enamorando de mi torturador.

Es increíble cómo logró hacerse pasar por alguien común, peor aún, consiguió hacerse mi amigo, una persona de confianza. Yo le contaba mis inseguridades y temores mientras él recolectaba toda esa información para usarla en mi contra. Es detestable. Es un ser horrible. Jugó conmigo todo este tiempo y fui una ciega idiota. Él mismo me dijo que no debía confiar en nadie y no hice caso. Fue la primera persona a la que le pedí ayuda. La primera persona con la que dejé de fingir perfección.

La revelación es demasiado para afrontarla, pero en instantes así se debe pensar con el cerebro, no con el corazón.

A esta altura podría pedir ayuda o bajar fácilmente hasta la primera planta, pero eso no es lo que quiero. Tengo todo calculado. De reojo veo a Angela y Roman merodeando la cocina; no se irán hasta encontrarme y por esta ocasión pienso darles lo que quieren. Mis piernas sufren calambres por la posición en cunclillas y mi pulso se acelera. Dante aparece en escena y no puedo evitar sentirme estúpida por creer sus mentiras. La ira, conmoción y frustración que se revuelven en mi son incontrolables.

Concéntrate, Med. Tú puedes con esto.

No permitas que el miedo te domine.

Cuando los intrusos se alejan de la sala, me estiro y subo la ventana con sumo cuidado; me mantengo atenta a cualquier sonido que pueda provocar. Ingreso pasando una pierna y después la otra, en el segundo que mis pies tocan el suelo oigo que alguien se aproxima. Corro y me escondo detrás del sofá, recuesto la espalda de la pared y me pego las rodillas al pecho. Reafirmo el arma en mi mano.

—No está por ningún lado —habla Roman—. Sabía que veníamos.

—¿Pero cómo pudo escapar tan rápido? —cuestiona Angela confusa.

—La pregunta no es cómo escapó, sino dónde está ahora mismo —continúa el pelinegro—. Si logra llegar a la policía…

—No tiene fundamentos para acusarnos, solo pruebas circunstanciales.

El tercer perpetrador se une a la discusión. Su voz ya no es dulce, se ha vuelto fría y borde.

—Le dijo a Jack que ya sabe quién eres, hermano. Eso es un problema.

Med: Acosador Donde viven las historias. Descúbrelo ahora