Capítulo 28

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Me quedo paralizada

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Me quedo paralizada. El corazón se me sube a la garganta y no me salen las palabras, no entiendo qué está sucediendo. Miro en los ojos de Liam buscando la razón por la cual me está apuntado con un arma y solo observo una fuerte determinación en su rostro. Trago grueso y respiro hondo.

—Liam, ¿qué estás haciendo? —digo con un hilo de voz.

Se remueve en su sitio con ansia y tiene la frente perlada por el sudor. Su semblante duro flaquea por unos segundos mientras piensa una respuesta clara. Lo irónico del momento sale a relucir, la persona que intentaba proteger ahora me amenaza con atacarme.

—Lo siento, Med. Tengo que hacerlo, no puedo dejar que él vuelva a acercarse a mí —dice sosteniendo el arma con ambas manos, las cuales empiezan a temblar.

—¿De dónde sacaste esa pistola? —cuestiono con tono calmado aunque por dentro el pánico me corrompe.

—Te dije que me encargaría. La compré hace unos días para defenderme por si él volvía —aprieta los párpados y niega descentrado—. ¡No voy a morir por tu culpa! ¡No lo haré!

Doy un paso hacia atrás, Liam se altera y sacude el arma frenético.

—¡No te muevas!

Alzo las manos, indefensa.

—¡Está bien! ¡Bien! Por favor, cálmate.

Cambia su peso de un pie a otro y tuerce el gesto.

—¡Quédate en tu puto lugar! —ladra con autoridad—. ¡No quiero tener que dispararte!

De acuerdo, eso era bueno, su intención no es hacerme daño. Relajo mi cuerpo y trato de no lucir asustada, me muerdo el carrillo interno y medito en la forma de tranquilizarlo. Ya he pasado por esto antes y salió mal. La noche del ataque, con Emily histérica por el intruso y yo desorientada por la parálisis, no tuve oportunidad de manejar la situación y anticipar lo que vendría después; me mortifico por ello. En este instante la escena se repite, tengo a una persona asustada con un arma en mano y esta vez puedo hacer algo para controlarlo.

—Liam —pronuncio su nombre con suavidad—. Me mentiste, ¿verdad? El hombre sombrío no está aquí, hiciste todo esto para atraerme.

Agita la cabeza con desespero.

—¡Él te quiere a tí, no a mí! Recibí su amenaza en mi departamento, no he podido dormir desde ayer pensando en la manera de detenerlo —cuenta agitado—. Luego comprendí que me tortura porque quiere castigarte, y sí te entrego a él, me dejará en paz.

—¿Por qué aquí? Pudiste haberme llevado a tu edificio —indago dudosa, haciendo tiempo.

—¡No importa! Él vendrá, lo sé.

Reparo en la distancia entre ambos: menos de dos metros. Si corriera, me atraparía sin esfuerzo; tampoco podría forcejear con él para quitarle el arma y arriesgarme a que se dispare. Si lograra escapar, no hay muchos autos en los que refugiarme y aún seguiría ganando por fuerza.

Med: Acosador Donde viven las historias. Descúbrelo ahora