Capitulo XLIX

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Nicolás Stuart.

Me quedé quieto en esa cama, no quería despertar a Sharpey y mientras la miraba dormir no podía evitar sentir ese hueco en el pecho, era como si no la reconociera. No entendía en qué momento se fue ese amor que sentía por ella, ¿Dónde había quedado el cariño? Me da rabia no poder enamorarme de ella otra vez, porque así debería ser. Pero sin embargo, en lo único que puedo pensar es en los labios de Mara rozando los míos.

Se me hace extraño sentirme tan vulnerable e indefenso ante esa rubia, nunca fui esa clase de tipo. Pero tengo la impresión de que todo sería diferente si mi hermana no hubiera vuelto a este pueblo. Tal vez hubiera sido yo quién estaría muerto en este preciso momento. No hubiera sido capaz de ver las cosas por sí solo, de darme cuenta de que todo a mi alrededor no era como mis ojos ciegos creían. Me hubiera autodestruido solo con la idea de creerme el rey de una pandilla, que sólo porque yo lo decía tenía que reinar un pueblo de mierda. Si, un pueblo de mierda porque es lo que yo logré, lo que Charlie logró, lo que Albert y Dominic lograron, al pensar que la venganza es el mejor plato de la vida, al pensar que éramos más vivos que el restos, que Keller, que cualquier habitante de Saranac Lake.

Me costó darme cuenta de todo, solo necesitaba a la persona correcta que me demostrará todo eso, a quien yo sabía que nunca me sería infiel, no me lastimaría, ni me apuñalaría por la espalda. Esa persona fue mi hermana y no esperaba menos, no esperaba a nadie más.

Me levanté lentamente de la cama y caminé hasta la salida, no sin antes darle una última mirada a esa chica de cabello rosa, quien se veía como un ángel, durmiendo sobre mi almohada. Se había enfadado conmigo una hora antes por haberla rechazado, por no querer tener sexo con ella. Me molesta no corresponderle pero al mirarla a los ojos, al sentir el rose de su mano contra mi pecho, no sentí absolutamente nada. Ya no es esa Sharpey que conocí, dulce, buena y hasta divertida, a quien yo defendía con garras y dientes. Dejó de ser mi chica, mi razón de todo y se convirtió en una desconocida, un ser oscuro y siniestro que por mucho que quisiera ignorar me consumía de adentro hacia afuera. No era fácil aceptarlo, no era fácil darme cuenta de la clase de mujer que tenía al lado o tal vez no quería, no quería que otra vez me fallaran, no quería que otra vez me abandonaran.

Tomé las llaves de mi auto y caminé hacia la calle, sentía esa necesidad de ver a esa chica de rizos dorados que se había apoderado de mi corazón.

Cuando estuve frente a su casa no baje de inmediato, solo me quedé ahí mirando su puerta. En ese instante una guerra épica de emociones se desataba en mi interior. Mi corazón me gritaba -Corre estúpido, no seas cobarde. Ve por esa rubia, súbela a tu coche y llévatela al fin del mundo- Pero mi cabeza me frenaba -Sharpey está embarazada, Sharpey está embarazada, Sharpey está embarazada- me sentía una mierda que solo servía para lastimar a las personas que lo rodean, lo hice con Clarie, lo hice con Sharpey y lo estaba haciendo con Mara.

Pero por hoy, solo por hoy decidí dejar de escuchar mi cabeza tal vez por primera vez en años. Me acerqué a la puerta y golpeé tres veces, solo esperaba que no sea Keller quien atienda.

—¿Qué haces aquí Nick?— preguntó la rubia extrañada. No dije nada, solo la contemplé, se veía hermosa bajo ese vestido rojo que resaltaba su blanca piel.

No fui capaz de pensar con calma, ni de responder su pregunta, en ese momento no era capaz de nada. Solo me acerqué a ella y la agarré de la cintura, la miré fijamente a los ojos por unos segundos y la besé.

Al principio se quedó inmóvil, no fue capaz de corresponder pero cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando solo me atrajo mas hacia ella, como si me hubiera extrañado. No la culpaba yo también la había extrañado y cada vez que un rechazo suyo se ponía de por medio sentía que enloquecía.

—Mara— quise hablar.

—Solo no digas nada, porfavor— me miró a los ojos —Si lo haces solo lo arruinaría.

Esboce una sonrisa con los labios cerrados.

La volví a besar esta vez con más pasión. como si no hubiera un mañana o tal vez como si mi vida entera dependiera de ello.

Mara entrelazó sus dedos en mi cabello logrando esa explocion en mi estomago que solo esa mujer podía lograr. La cargué para que pudiera enredar sus piernas en mi cintura al tiempo que besaba su cuello, el olor de su perfume invadió mis pulmones y puedo jurar que nunca sentí tanto placer como en este momento.

La dejé en el sofá boca arriba mientras me sacaba la remera. Ese par de ojos azules me miraban fijo, cargados de deseo y lujuria, al igual que los míos la miraban a ella.

La chica llevó sus manos hasta el final de su blusa y la deslizó por su cuerpo para así arrojarla a alguna parte de la habitación, dejando frente a mí una vez más su pecho desnudó. Se veía tan salvaje en ese estado que solo lograba que me volviera más loco.

Me recargue sobre ella y pude sentir el rose de piel desnuda contra mi pecho logrando que la sangre se acumule en un lugar específico. La besé desde los labios hasta su cuello y cada vez bajaba un poco más hasta que sin darme cuenta mis labios rodaban sus pezones.

Al escuchar los gemidos de esa chica, de mi chica, pude sentir como me salía de control. Ya no podía más, la necesitaba, necesitaba sentirla en todos los sentidos posibles.

Subí otra vez y planté un beso en su boca y luego la miré.

—¿Estás segura de esto?— mi voz salió agitada.

—Solo una última vez Nick, una última vez que me beses, que me toques— su pecho subía y bajaba —Una única y última vez que me hagas el amor.

Esas fueron palabras suficientes para que mi cabeza se desconectara del mundo de una vez por todas.

Sus manos subían y bajaban por mi espaldas logrando que la piel se me erizara, para que sintiera los escalofríos subir y bajar por todo mi cuerpo.

Lo único que separaba nuestros cuerpos era la ropa interior, era lo único que no me permitía sentirla por completo. Cuando mi mano bajó a sus bragas pude sentir la humedad que emanaba de esa zona y otra vez pude sentir como explotaba de excitación.

Y ahí estábamos, en su casa, en ese sofá, desnudos, excitados, comiéndonos el mundo con cada movimiento. No nos importaba nada, no pensábamos, solo nos dejábamos llevar por el deseo que sentíamos. Mara me miraba y hacía que todo dentro de mí se descontrole, ella, solo ella hacía que yo dude de toda mi existencia.

—¿Lista?— pregunté antes de que pasara cualquier cosa.

—Te amo Nick— susurró cerca de mis labios y eso fue lo único que necesitaba escuchar para poder llevarla al fin del mundo.

Falling In Your LiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora