CAPÍTULO 36 - DIVISIÓN MARÍA JOHNSON

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Entendía los motivos por los cuales Moe los atacó. Además de celos, con el transcurso de los años y el recuerdo latente de que los chicos preferían entrenar con sus hermanas, se llenó de rencor.

—Ella daría lo que fuese solo por tener a un solo telépata de los nuestros —dijo Perla—, pues lo que ella tiene en su reformatorio son puros robots. Esos pobres hombres respiran porque ella se los permite. Unos hombres muy sensuales, por cierto. Recuerdo que durante la primera guerra me tocó hacer guardia en el perímetro. Fue excitante. Conocí a uno de ellos que se oponía al régimen de Moe. Venía acompañado de otros militares con la orden de fusilarnos. Confesaron que no querían hacerlo porque tenían familiares aquí. Entonces... mi otra hermana apareció. Clara. Ella vive en el reformatorio. Dirigía la primera ola de militares del tercer ataque. Se supone que tenía que matarme —dijo, en medio de una risa atropellada que ocultaba su dolor—. Yo estaba con Tessa, Danniel y Mario. Mi hermana nos dejó libres. De inmediato llegaron más soldados y no nos dio tiempo de regresar al castillo. Me escondí en el bosque con un militar que estaba en su equipo. Se llama Ancel. —Una sonrisa enorme abarcó su rostro—. Es hermoso. Tiene veinticinco años. Es moreno, de ojos cafés y alto, muy alto... —Caviló en decir algo más—. Estuve con él.

Traté de comprender, en silencio, a qué se refería.

—¿Cómo... cómo que estuviste? ¿Estuviste qué?

En sus ojos había un reflejo característico. Me recordaba al que veía en los ojos de Tessa cuando hablaba de Eric.

—No puede ser... —Me cubrí la boca—. ¿Y en el bosque? ¿En pleno ataque? —Sacudí la cabeza—. Estás loca.

—Esas cosas pasan. Además, lo más probable era que nos mataran si hubiésemos decidido regresar, ya te lo dije.

Perla, enamorada, debía ser peligrosa. Volátil e inquieta, desobedecería cualquier regla solo por tener entre sus brazos al causante de su felicidad. Y de seguro era como un bucle infinito donde no tenía tiempo para cansarse. La cabeza le daría vueltas una y otra vez, imaginando su futuro con el hombre de sus sueños. Un hijo. Tal vez dos. Una casa con patio. Una vida económicamente estable donde su único problema fuese evitar que el día de sus muertes llegara. Nada la agotaría porque lo tenía a él como combustible. Pero si su amor y sus deseos no eran mutuos, se convertiría en una calamidad. Una pesadilla. Aquella autoestima que la hacía sentir en el cielo, caería en picada solo por tener, aunque fuese un momento, una sola migaja de amor.

—¿Lo has vuelto a ver?

—Sí, una vez a la semana nos reunimos en el bosque Sin Fin. Cuando murió su primo me quedé un mes en su establecimiento, acompañándolo. Fue después del último enfrentamiento. Agarró una infección en una pierna. Creo que tétano. Cuando llegaron las curanderas de la torre había sido muy tarde.

—Lo siento, Perla. —Coloqué la mano sobre sus dedos.

—Yo también lo siento. Pero Ancel se pone feliz cuando recuerda que su primo murió por defender la vida de sus compañeros.

—¿Ancel es del reformatorio, dices?

—Era. Ahora pertenece a la División María Johnson. También los llamamos D-MJ. Debes saber que en este lado del mundo hay dos grupos de militares, coloquialmente los diferenciamos por los uniformes. Los de negro son los del reformatorio y los de verde son los de la D-MJ

—Entiendo. ¿Y... la D-MJ —pronuncié, tratando de familiarizarme con las siglas— queda cerca?

—Para nada. No sé si sabes que cada establecimiento se encuentra en un punto cardinal distinto a muchos kilómetros.

—¿Aquí sería el sur?

—No, el oeste. La torre se encuentra en el sur, el reformatorio en el este y la D-MJ cerca del noreste.

Apreté una sonrisa.

—Con un mapa se entiende mejor —dijo.

—Apuesto que sí.


¡Gracias por leer!

A flor de piel [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora