CAPÍTULO 1 - EL TELÉPATA

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Primera parte

El castillo





Raíces

Dicen que nuestras venas se parecen a las raíces de los árboles, transportando la sangre por el tronco y las ramas; raíces que nos sujetan y anclan a la dura realidad. Entonces me pregunto sentada sobre el inodoro: ¿es posible que luego de cortar una raíz pueda seguir con vida? Y me respondo un momento después, con la hojilla bailándome en los dedos: «quizá no, pero solo de este modo podré ser trasplantada».

Y no dudo en hacer aquello.


Megan Johnson





Corría en el bosque, jadeando, mientras volteaba una y otra vez. Quería huir de aquella energía oscura y pesada que me enchinaba la piel siempre que aparecía cerca de mí. Llovía a cántaros y se me dificultaba respirar. Pero nunca me detuve, y menos cuando era perseguida por un espíritu.

Me giré de nuevo.

Esquivaba árboles gigantes tratando de encontrar una mínima luz que me guiara hacia la salida. No quería que el bosque me tragara y se alimentara de mi sufrimiento. El incesante viento me lo murmuraba: estaba sola. Nadie me encontraría.

El lodo espeso se me colaba entre los dedos de los pies entorpeciendo la huida. En medio de la desesperación y por falta de claridad, tropecé con algo grueso y caí de boca. Me levanté, apoyada sobre las rodillas, sintiendo ardor en la frente. Había pegado la cabeza contra algo.

Visualicé el momento exacto en el que un relámpago se asomaba, distinguiendo los follajes de los árboles moverse de un lado a otro, con violencia, producto del diluvio. Al menos la gélida lluvia en contacto con el golpe me aliviaba.

Consideré regresar a casa.

«No, nunca... y menos con ese espíritu».

Un susurro melodioso que había escuchado con anterioridad volvió. Y luego otro. Y otro más. Oía mi nombre en quejidos que me estremecían de pánico. ¿Estaría alucinando? No, claro que no. No había nadie. No había nada.

El siguiente relámpago que iluminó el bosque me mostró una silueta del otro lado. El alma. Ya venía. Era real. Reanudé la huida, paranoica, dando brincos torpes. Me despejé las gotas de los ojos y reparé en una luz azulosa. Parecía ser una lámpara... ¿en medio de un par de árboles?

«Creo que me excedí con las pastillas».

La luz provenía de la corteza.

Continué andando. Pero no logré acercarme. Los árboles también se estaban moviendo.

«Malditas pastillas, esto no es real». Pero sus resplandores me ayudaban a visualizar el suelo y evitar tropezarme. Corrí aún más, desafiando la verdad de mi entorno. Y funcionaba. Entre más rápido avanzaba, menos se alejaban. Ya casi. Estiré el brazo deseando acariciar las luces místicas, y al hacerlo, un brillo cegador me rodeó el cuerpo sumergiéndome entre ambos árboles.

No pude asimilar lo que estaba sucediendo por haber sido escupida en otro territorio. Volé hacia un suelo seco y me golpeé los huesos al aterrizar. Esperaría recobrar el aire mientras escuchaba la melodía del silencio.

A flor de piel [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora