CAPÍTULO 17 - UN PAR DE AMIGAS

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Era la primera vez que despertaba antes de la hora establecida en el castillo. Akami dormía en posición fetal con la cabeza envuelta en sábanas tibias.

Por los pasillos apagados atravesaba un hilo de aire gélido que me acompañaba hacia el comedor, en silencio, bailando con la nube de duelo que flotaba sobre mis hombros. Las hileras de asientos vacíos parecían aguardar por las miles de voces que escuchaban a diario. Adoraban que este sitio se prestara para reuniones que solían extenderse horas, otras veces unos cuantos minutos, con tal de sentir el calor humano.

Justo ahora solo sentía frío.

Las luces del mostrador estaban encendidas, pero aún no se asomaba el encargado de recibir las órdenes. Esperaba sentada, con la cabeza apoyada del brazo, que el reloj marcara la seis. Las manecillas no hacían más que girar del mismo modo en que me giraba la cabeza.

—Caramba —La voz que llenó el comedor de ecos me hizo volver en dirección al único sujeto aparte de mí que no estaba en su habitación—, es la primera vez en mucho tiempo que veo a alguien tan temprano en el comedor. —Emmanuel se acercó, como si tuviera que socorrerme de la soledad. Atravesó el banco y se sentó—. A ver, dime qué pasó. ¿No pudiste dormir?

Lo observé, entrecerrando los ojos.

—¿Y tú qué te crees? —dije—. Te dieron la orden de vigilarme ¿y ahora piensas que tengo que pasarte un informe diario sobre mi estado de ánimo? —Regresé la mirada al reloj—. No tengo porqué contarte mis problemas, Emmanuel.

Asintió, golpeteando la mesa con los dedos.

—No tienes que ser así conmigo.

Seguí contando los minutos que faltaban.

—La mayoría de nosotros suele aceptar ayuda de alguien más en momentos como los que tú estás viviendo. No tenemos a nuestros familiares a quienes pedirles un consejo o simplemente desahogarnos. Y entiendo que te cueste abrirte con alguien como yo; me conoces desde ayer. Pero de vez en cuando podemos simpatizar con una persona por el simple hecho de padecer lo mismo. —Me observó contemplar el reloj. Quedaban quince minutos—. Lidiar con el día a día en un mundo donde matar no es extraño puede ser difícil, Nina, que te lo digo yo.

La palabra me estremeció. Le devolví la mirada, absorta.

—¿Ma... matar?

—Sí, matar. Ojo, no intento decir que tú serás igual. Nosotros como hayashers tenemos la obligación de cuidarnos a nosotros mismos. No podemos permitir que cualquiera nos ponga la pata encima.

—¿Y por eso hay que...? —No logré decirla de nuevo; no quería relacionarme con palabras que me resultaran impropias.

—No, para nada, pero a tu enemigo no le importará eso, ¿entiendes? —Se pasó la mano por el cabello cobrizo, aplastándose el copete.

No percibía las intenciones de Emmanuel. Era suficiente con la condena de mi propia mente como para soportar juicios de ajenos.

—¿A qué quieres llegar con esto?

—A que no te bajonees por lo de Destiny. Sé que te sientes mal y que piensas que eres la peor persona del mundo. Debes entender una cosa: no fue intencional. Y será la primera de muchas muertes que cargarás encima —dijo con certeza. Este tipo estaba loco. ¿Cuándo había pasado por mi cabeza quitarle la vida a alguien? ¿Acaso no temía de las leyes de Dios?—. Estás en un mundo de guerra, Nina.

—Yo no quiero esto, no quiero... ya sabes.

—No tienes que hacerlo, solo asegúrate de que tu prioridad sea tu vida y la de tus compañeros, no la de un grupo de militares con fusiles que amenazan con destruir el lugar donde vivimos.

A flor de piel [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora