CAPÍTULO 4 - PRUEBA MENTAL

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Accedí, nerviosa, y la directora levantó la mirada enfocándose en mi cara limpia.

—¡Oh! ¡Qué bien te ves! Y no me equivoqué al elegir tu ropa. —Se llevó el lapicero a los labios—. ¿Te queda bien? ¿No te aprieta?

—Para nada. —Miré mis zapatos—. Y estas botas militares son muy cómodas. —Cerré la puerta—. Eric me mostró la habitación y dijo que dormiría con Akimi, Akima...

—Akami. —Rio, cubriéndose la boca—. Me alegra que todo esto sea de tu agrado. Siéntate.

Fui hasta la silla recordando la última vez que estuve frente a la directora. Mi actitud no había sido apropiada, grité en muchas ocasiones exhibiéndome como una muchacha sin modales, más que eso, como una temeraria. Siempre evitaba tener disputas con superiores para no envolverme en aires tensos como este.

—Querías preguntarme varias cosas, ¿no?

—Sí. Primero quiero ofrecerle una disculpa por la forma en la que me comporté en la mañana. —Comencé a jugar con los pulgares—. Estaba molesta y no supe controlarme.

—Descuida, a veces nos sentimos amenazados y es normal decir cosas de las cuales nos arrepentiremos después. Lo entiendo a la perfección, linda. Creo, y estoy segura de que no eres así. —Mostró una sonrisa noble haciendo desaparecer la culpa—. Ahora lo más importante es que despejes tus dudas. ¿Qué quieres saber?

—Bueno, directora, ¿cuándo podré volver a mi casa?

Inhaló aire.

—Con respecto a eso, quiero plantearte algo primeramente. La mayoría de las personas que llegan aquí al castillo lo hacen por tener un talento innato que les acarrea un problema de salud.

Esperé a que dijese algo más, pero no sucedió.

—Eso ya lo había escuchado. ¿Significa que estoy enferma?

—Significa que puedes empeorar.

—Entonces... usted quiere decir...

—Lo que trato de decirte, Nina, es que aquí nosotros enseñamos a desarrollar los talentos innatos con el propósito de que ustedes controlen los desafíos que estos conllevan, en tu caso, ayudar a los espíritus.

—Está bien. ¿Ahora? —Sacudí la cabeza.

—Todo esto se hace a cambio de que ustedes se queden para servir a la protección del castillo y sus alrededores.

—¿De qué?

—De los posibles ataques. —Su mirada exhibía lo delicado del tema—. No somos el único establecimiento donde las personas aprender a desarrollar sus talentos. Existen dos más: el reformatorio y la torre. La relación con uno de ellos no es la mejor que digamos. Estamos en estado de guerra desde hace cinco años con el reformatorio Hayashi. Allí entrenan militares.

—¿Se refiere a militares como los suyos? —pregunté.

—No, para nada. El único régimen aquí es que cumplan con el horario de las prácticas. El reformatorio es una auténtica academia militar. Ellos... —buscó una palabra que los definiera con exactitud—, son inflexibles.

Forzó una sonrisa que encubría otra realidad, una más cruel.

—Lamento que ustedes estén en una situación así. Y entiendo que me quieran ayudar. Pero estoy bien. No me pasa nada. Acepto que de vez en cuando veía una que otra sombra en mi casa, pero... —Negué con la cabeza— pero no es nada, es decir, yo puedo con eso.

Afincó los brazos en el escritorio.

—¿Crees que está bien vivir en la casa de tu tía fallecida con todas esas almas acechándote?

A flor de piel [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora