CAPÍTULO 37 - QUIEBRE

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—Fresita, no abras la boca. —Cherry examinó con cuidado cada uno de mis movimientos. Estaba aprendiendo a realizar un jab: un golpe básico en el boxeo que se utilizaba para mantener al oponente a distancia. Se ejecutaba girando la cadera, los hombros y el puño delantero, estirando el brazo, para impactar en la cara o en la cabeza del enemigo—. No lo haces bien, tienes que respirar cuando das el golpe.

—Eso intento —dije, hiperventilando.

—Me lleva la chin... ¡Para! —Retuvo el saco entre sus manos—. Observa con atención.

Viendo a Cherry desempeñar el jab, pude notar cuál era el error que estaba cometiendo. Aparte de que no estaba respirando al soltar el golpe contra el saco, tampoco hacía regresar el puño a su posición de origen.

—Ya lo vi. —Me retiré el sudor de la frente con el antebrazo.

—Bien. Cúbrete el mentón, respira al lanzar el jab y luego vuelves otra vez. Nada de abrir la boca. Para eso te enseñé a inhalar por la nariz y a soltar el aire manteniendo los dientes juntos.

Después de varios intentos pude desempeñarlo adecuadamente. Avanzamos al crochet y al directo. El directo era un tipo de puño que se usaba para desequilibrar al rival y golpear con más dureza. No me costó aprenderlo. Sin embargo, en el crochet se incluía un desplazamiento lateral que debía hacerse formando un ángulo de noventa grados con el codo. Tuve problemas en acostumbrarme al movimiento en conjunto.

—Cherry, dame un momento, ¿sí? —Me alejé del costal.

—No manches, apenas llevar tres tipos de golpes. Aún te faltan otros y la combinación de todos juntos.

—¡Ay, estoy cansada! —Me tumbé sobre la banca.

—Yo también. ¿Crees que es fácil entrenarte? —Me lanzó una botella de agua. Mientras empinaba la suya, advertí su mirada en mí. Quería algo. Nunca me veía con fijeza.

—¿Qué pasa?

No hacía falta ser telépata para descubrir que intentaba decirme algo. En el poco tiempo que la conocía detecté patrones de comportamiento que la ponían en evidencia. Este era uno de ellos. Cherry normalmente no miraba a nadie con fijeza. Ella solía decir lo que quería cuando quería y cómo quería. Pero en ocasiones donde temía de una reacción explosiva, solía perderse en sus pensamientos decidiendo si era buena idea, o no, preguntar.

—¿Por qué me ves así, Cherry? ¿Qué hiciste? —Bebí.

—Te conseguí un rival para que vayas un rato al ring.

Expulsé el agua por la nariz, quemándome las vías respiratorias.

—¿Estás loca? ¿Cómo me vas a mandar al ring?

—Vamos, fresita, está a tu nivel.

—¡Cherry, me van a noquear! —Me limpié con una toalla ajena, y al percibir el olor hediondo la arrojé sobre la banca—. ¿De quién diablos es esto?

—No echaré para atrás todo. Ya hablé con el güey.

—¡¿Y es hombre?! Ni siquiera me pudiste conseguir a una muchacha.

—No seas gallina. Será fácil, tú relájate.

—¡¿Fácil?! ¡Fácil es que me rompan el culo en ese puto ring por tus...! —Me levanté y coloqué los guantes—. ¿Cuántos golpes me faltan por aprender?

—Unos ahí que...

—¿Cuántos me faltan? —alcé la voz.

—Cuatro —balbuceó.

—¡Bravo, Cherry! Me van a hacer puré. Todavía no sé bloquear ni cubrirme. ¿Y sabes qué es lo peor de todo? Que no sé recibir golpes. Si me medio tocan estaré fuera de juego.

A flor de piel [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora