CAPÍTULO 21 - OTRA PERSPECTIVA

175 26 12
                                    

Una luz impetuosa me quemaba la retina. Posé la mano sobre la cara y arrugué la nariz. No podía abrir los ojos completamente. El fogón en la espalda, sancochándome, me levantó de un impulso. Apoyé los codos en el picudo césped y descubrí que el hueco del pantalón ya no sangraba. Metí los dedos en el orificio en busca de una herida que ya no existía. Ni marcas ni cicatrices por ningún lado. A pesar de haberse borrado, la evidencia de que alguna vez estuvo ahí no desapareció: parte del muslo estaba frío producto de la sangre; arrugado y húmedo, retiré la mano del pantalón. Moví la pierna, sintiendo muy poco dolor.

Me toqué la mejilla. Las otras cortadas tampoco estaban.

Cojeé hacia el castillo dejando atrás la grama entintada de carmesí. Entré a mi habitación con la esperanza de encontrar a Akami viéndose en el espejo del baño, tratando de decidir cuál peinado le favorecía; ella me curaría. Ya se había ido a la práctica, un indicativo de que yo estaba llegando tarde a la mía.

Después de lavarme fui al comedor secundario. Mientras saboreaba el desayuno con los ojos adormitados, alguien detrás de mí con una vocecita familiar preguntó cómo había pasado la noche. Generó una reacción inmediata. Me alcé con la bebida en manos y la expelí en su impecable vestimenta. Las gotas rojas del mismo color de la sangre le impregnaron el cuello.

Los espectadores más cercanos se silenciaron.

—Eres un completo idiota, Eric.

Trasladó el semblante absorto, al mío, donde halló lágrimas asomándose.

—¿Y tú? —Me limpié los ojos con rudeza—. ¿Dormiste genial? ¿Entre tus sábanas?

—No, no pude dormir porque me quedé afuera curándote.

La mezcla de culpabilidad y aborrecimiento me impidieron refutar o hacer algo más que verlo apretar los labios. Se marchó del comedor negando con la cabeza.

Carecía de tiempo para averiguar los motivos por los cuales Eric había decidido herirme y luego curarme. ¿Era parte del entrenamiento? ¿Remordimiento de consciencia? ¿Pensó en que cualquier cosa que me pasara era su responsabilidad? Desconocía lo que había en su mente. Aunque en su mirada deshecha encontré matices atormentados, y sobre todo, arrepentidos.

Llevé la bandeja hacia el mostrador y fui a la práctica.

—Llegas tarde, Cole. Dos horas. —Renzo me detuvo en la puerta de la sala. No alcé el rostro por miedo a encontrar una expresión gélida.

Él no me permitiría ingresar después de un acto tan descarado como aparecer a mitad de la clase, así que retrocedí, contando las horas extras que tendría al día siguiente. El sujeto con el que acababa de discutir estaba parado en la entrada del Salón del Equilibrio, cuestionándome visualmente si no insistiría en acceder. Volví a Renzo, cuya mirada esperaba una breve explicación. Mostré una sonrisa mecánica:

—Perdón, me quedé dormida.

—«Déjala entrar» —oí.

Renzo elevó la vista hacia Eric y luego regresó a mí. Me examinaba de brazos cruzados sin determinar mi rumbo. Pronto se apartó:

—Pasa.

—«Espera» —dijo Eric.

—«¿Qué?»

—«Tengo que hablar contigo. Te veo a las seis en el balcón de aquí».

Ignoré la cita.

En la práctica hicimos ejercicios con respecto al control mental de pociones. Siempre debíamos tomar en consideración que existían varios tipos de dominios mentales para cada práctica. No era lo mismo el control mental de pócimas al de telepatía. Se diferenciaban en intensidad y duración.

A flor de piel [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora