Un pobre destello de luz iluminaba la mente de Akami.
—«¡Nina!» —escuché reflejos de su voz a la lejanía.
—«¿Dónde estás? No te veo».
—«Date vuelta y ve hacia el límite».
Detrás de mí había una superficie que emitía un resplandor blanco que encandilaba. De ahí provenía la luz. En el suelo había una línea curvea que dividía el área en dos colores: blanco y negro. Corrí hacia ella. Pero aún no veía a Akami.
—«Crucemos la línea» —dijo.
Y de inmediato la divisé. Estábamos paradas sobre la base del yin y el yang. Los puntos que contenía el símbolo éramos nosotras. Seguidamente escuchamos un ruido similar al de un trueno; profundo y voraz, parecía venir desde la distancia. Akami y yo nos miramos un segundo. No era desde la distancia, era desde abajo, del fondo. Y tampoco era un trueno. La plataforma empezó a sacudirse.
—«¡Es un terremoto! ¡Corre al borde! ¡Al borde!».
Las vibraciones nos desequilibraron. Intentamos correr, cayendo en el intento. No tuvimos opción más que arrastrarnos.
—«¡Salta!» —indicó.
—«¡¿A dónde?! ¡No hay nada!».
—«¡Salta ya!».
Nos lanzamos de boca y pronto aterricé en los pensamientos suaves de Akami. Ella ya no estaba. Me levanté, viendo mis pies hundirse en lo que parecía ser tela blanca. Tal vez un colchón. Frente a mí había una especie de pantalla negra. La toqué, teniendo una vista general de lo que normalmente pasaba por su mente. La mayoría de sus pensamientos se basaban en las prácticas de medicina y curación, sus familiares y sus miedos. Tenía otros que no reconocía. Guardaba muchísimos recuerdos desde su niñez. Cuando los tocaba se desprendía una luz amarilla. Significaba felicidad. Otras reminiscencias antes de que formara parte del castillo también se hicieron presentes. Sus rupturas amorosas deliberaban una luz roja que me causaba dolor.
Akami estaba mirándome desde algún lugar mientras yo analizaba sus pensamientos. Dentro de su cabeza ella misma era su Dios.
Busqué en la galería de colores aquellos que me hicieran sentir asustada. Me detuve en los matices oscuros. Eran tan imponentes que el resplandor quemaba. En el negro más profundo encontré sus fobias. Estiré el brazo para echar un vistazo a cualquiera y conseguí las pesadillas de las que me había hablado. Demonios sin rostro vestidos con túnicas negras y rodeados de un aura oscura la arrastraban hacia la desesperación. Me sumergí en la imagen fúnebre para conocer los antecedentes de su trastorno. Aparecí en la última escena donde la perturbaban. Incluso me vi a mí misma, en la cama, mientras Akami intentaba mover la mano y despertarme. Fui un poco más atrás para ver qué había hecho durante el día. No encontré más que prácticas y salidas del castillo. Retrocedí la cinta, notando que había estado bastante agobiada por algunos entrenamientos físicos. Nada fuera de lo común. Descubrí cerca de treinta pesadillas iguales, así que decidí tomar impulso y hacer que la proyección fuese a sus orígenes.
Tenía diez u once años. Estaba estudiando matemática con su padre detrás de ella, vigilándola. Las lágrimas producidas por la falta de entendimiento caían sobre las hojas. Entonces su progenitor las destrozaba y tenía que comenzar de nuevo. A Akami le pegaban si no conseguía resolver un ejercicio en el tiempo determinado.
Con más de tres libros sobre la mesa, Akami llegaba hasta la medianoche sin entender cómo resolver la ecuación. Los métodos que se explicaban en los libros no eran del todo claros para una niña de su edad. Esa era la razón de su trastorno: la falta de sueño. Adelanté la cinta unos cuatro o cinco años más y la volví a mirar en la misma silla. Cualquier signo mal colocado era motivo para un regaño. No fue hasta un tiempo más tarde que se harto de la situación y se mudó con su hermana mayor a la otra punta de la ciudad.
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A flor de piel [1]
FantasyTras escapar de su casa, Nina Cole halla en el bosque un portal mágico que la trasportará a un castillo donde cientos de jóvenes llamados Hayashers se adiestran en combate con el propósito de estar capacitados para los posibles ataques por parte del...